Si un programa de televisión logra tener detractores acérrimos y una audiencia casi militante, es probable que no se trate del formato más “blanco” del mundo, si bien habrá conseguido ya el primer gran éxito. No dejar indiferente a nadie. “Gran Hermano” quizás resulta el caso más paradigmático de esta dualidad.
Odiado y querido a un tiempo, el espacio inauguró una nueva forma de concebir la televisión en España cuando en 2000 los espectadores vieron cómo su pantalla se convertía en una suerte de acuario donde flotaban doce incautos peces que decían ser concursantes. Con la promesa de transmitir la vida en directo, “Gran Hermano” había inaugurado así la era del “reality”, un filón que la mayoría de las cadenas privadas (y dicho sea de paso, también las públicas) han explotado en algún que otro momento.
Cuando “Gran Hermano” desembarcó en España, aún existía la peseta, Aznar se disponía a gobernar con mayoría absoluta y los teléfonos móviles estaban bastante lejos de ser inteligentes.
Desde entonces, Telecinco ha emitido hasta quince ediciones del programa (que nadie sufra, porque el “casting” para la decimosexta entrega ya está en marcha). En el recuerdo han quedado frases que pronto se convirtieron en celebérrimas entre los “granhermanófilos” de pro. Desde el “¿quién me pone la pierna encima para que no levante cabeza, quién?” que gritó a los cuatro vientos un enamorado Jorge Berrocal, al bramido de auxilio que profirió desde sus entrañas la cándida “Fresita” cuando estuvo a punto de morir aplastada por una vaca mientras se escondía de ella (“Fresita” de la vaca) tras la puerta de un establo. Por fortuna, la azucarada concursante salió indemne de aquel angustioso y desconcertante momento.
Vanessa, Marina, Ania, Iván, Silvia o Ismael fueron algunos de los primeros participantes de un programa que sin Mercedes Milá nunca hubiera sido lo mismo. El experimento de colocar a Pepe Navarro al frente de la tercera edición del concurso no cuajó, y la de Esplugues de Llobregat tuvo vía libre para hacer suyo un formato que ha defendido a capa y espada. Por el momento, la audiencia se ha puesto de su lado. La última edición del “reality”, por ejemplo, obtuvo un “share” medio superior al 20 por ciento. La pecera todavía se mantiene intacta.
Una franquícia exportada a más de 80 países
Puede haber sucedáneos y derivados, desde programas que convierten una isla del Caribe en un plató de televisión donde un grupo de concursantes se tuestan al sol por ser aprendices de robinsones, hasta ideas vip y de alta cocina. Pero sólo hay un espacio que lleva la patente de corso de la telerrealidad. Y, para bien o para mal, se llama “Gran hermano”. El formato en el que el ojo de la cámara todo lo ve (en un principio, cuando menos) resultó un inventó del empresario de la comunicación holandés John de Mol.
La televisión de los Países Bajos fue la primera que emitió el concurso, en 1999. Desde entonces la marca “Big brother” (“Gran Hermano”, en inglés) se ha convertido en una auténtica franquicia televisiva que se ha exportado a cadenas de más de 80 países. Desde Alemania a Brasil y Bulgaria. De Canadá a Ecuador, Filipinas y Estados Unidos, pasando por la India, México, Israel o Lituania.
Tan extendido a nivel geográfico como criticado con vehemencia, no deja de ser curioso que “Gran Hermano” -para muchos, la banalidad hecha programa de televisión- tenga un nombre tan literario. La denominación se debe al omnipresente “Big brother” de la novela “1984” (firmada por George Orwell), un personaje que nunca llega a aparecer de un modo físico, pero que observa todo cuanto sucede.