Quizás acuciado por la comezón de los remordimientos, o para guardarse las espaldas con una distracción preventiva, un hombre paró el martes a una dotación de la Policía Municipal y le hizo saber que había encontrado un teléfono móvil. Se aprestaba a devolver lo que no era suyo, pues. ¿Sí? Más bien no. Al menos, no del todo. El buen samaritano lo fue a medias, pues adheridos al caro aparato que su dueña acababa de perder había 425 euros que no devolvió, que se quedó, y que fueron descubiertos por los agentes cuando el marido de la víctima llegó al lugar del encuentro propiciado por el apropiador, pues había seguido los pasos del móvil con un localizador.
Pasó todo eso en la avenida de Àngel Sallent, el martes por la tarde. Una pareja, recién llegada de un periodo vacacional, de nuevo en casa, descargaba sus enseres en la calle. Y en medio de la descarga, a la mujer se le cayó el teléfono móvil que había utilizado también a modo de cartera o monedero para guardar una tarjeta de crédito y dinero: 425 euros. Alguien pasó por allí, vio el dispositivo electrónico en el suelo y lo tomó. Se hizo con él. Muchos hubieran hecho lo mismo. Muchos hubiesen procurado devolver lo hallado. Todo.
La mujer, cuando reparó en que le faltaba el artilugio, extraviado en medio de aquel trasiego de la descarga de maletas, se lo comunicó a su pareja, que se puso manos a la obra para recuperarlo cuando las primeras exploraciones por el suelo se revelaron infructuosas. Por allí no estaba. No había dudas: una tercera persona había visto el móvil y se lo había embolsado. El hombre, el marido de la propietaria, disponía de un localizador. Lo activó y comenzó a caminar. El móvil perdido no andaba lejos, a tenor de las señales enviadas al suyo.
Por aquí, por aquí debe de estar. El móvil buscador daba señales, caliente, caliente. Enfrascado en el rastreo estaba el hombre cuando observó la presencia de unos agentes de la Policía Municipal que dialogaban con otro individuo. Éste acababa de parar a los guardias.
Cacheo
He encontrado un móvil y una tarjeta de crédito. Algo así les dijo. Y claro, se sentía en la obligación moral de dar cuenta de ello. Pero arribó el otro hombre, el seguidor, y truncó los planes de la devolución incompleta.
Ese móvil es mío, dijo el recién llegado a la escena. De acuerdo, pues. La situación se aclaraba. ¿Todo solucionado? De ninguna manera. También había 425 euros en el teléfono. Miraron los agentes al "buen samaritano". Lo cachearon. Llevaba encima la pasta y reconoció que se había apropiado de ella. Por la presunta comisión de ese delito, apropiación indebida, será imputado. No tenía antecedentes policiales hasta la tarde en que, en mala hora, se encontró un teléfono en la calle.
El marido de la víctima siguió el rastro del teléfono y lo encontró, y el hombre fue imputado por apropiación indebida