Hay cristales hechos trizas en el paseo del Vint-i-dos de Juliol, cerca de la esquina con la calle de Fontanella. Son vestigios de la ventanilla destrozada de un coche; vestigios de la oleada de robos con fuerza y daños en vehículos estacionados que asuela a buena parte de Terrassa y, con especial virulencia, a una zona de Ca n’Aurell, en su extremo norte. Esa sucesión de hechos delictivos en automóviles se suma a la inseguridad denunciada por vecinos de la zona que se sienten aislados, desatendidos.
Hace unas tres semanas alguien prendió fuego a un tramo de la lona verde colocada en la valle de un solar municipal, situado entre el paseo del Vint-i-dos de Juliol, la calle de Fontanella, la de Frederic Soler y la de Ausiàs Marc, detrás del colegio França. Antes ardieron otros tramos de la misma lona, y se derrumbaron vallas. En ese terreno, que acogió hace unos cuatro años los barracones del colegio El Vapor y en el que el Ayuntamiento pensó habilitar un aparcamiento, crecen matojos (el martes fue segada una buena extensión de matorral) y entran individuos de dudosas intenciones porque alguna fases del cercado están dobladas.
Un par de años atrás Jordi Ballart, alcalde de Terrassa, admitió en la respuesta a una vecina del sector que el solar tenía "un problema de limpieza y cierre". Según subraya el vecindario, la presencia del plástico obstaculizando la visión del interior del terreno genera inseguridad y favorece los focos de suciedad, pues no son pocas las personas que tiran basura desde la acera al interior del solar. Cuando el viento sopla, la lona se mueve al estar desenganchada, lo que convierte el paso por la acera en empresa dificultosa.
En ese tramo de Ca n’Aurell fue perpetrado un tirón de cadena a una mujer el año pasado, recuerdan los residentes, y en la repisa de un comercio ubicado en la esquina de Fontanella con Vint-i-dos de Juliol se han encontrado jeringuillas. "Nos sentimos dejados de la mano de Dios", señala una vecina, y comerciante. "Abrimos la tienda hace 35 años y todo sigue igual", agrega su madre.
A unos metros, fragmentos de vidrios de un coche están diseminados por la acera. "En quince días han reventado cuatro o cinco por aquí", remata su hija. Por las noches no es agradable caminar por la zona. "En invierno, cuando anochece tan pronto, no hay quien pase por este sector", concluye.