Antonio Machado
Se aprecia una diferencia en Europa entre los países del norte y los países mediterráneos en los datos de contagios y muertos según la población.
España está en el tercer lugar con peores datos con un 9,40% de contagios y un 0,17% de muertos. Le adelantan la República Checa, con 15,65% de contagios y 0,28% de muertos, y Suecia, con 10,65% de contagios y 0,14% de muertos.
Los datos globales pueden ser duros en muchos países pero la incidencia acumulada en esta fase, después de 15 meses de pandemia, nos dice claramente quiénes se han tomado en serio esta pandemia y quiénes actúan de forma irresponsable. En España ha habido una evolución del comportamiento social que ha ido desde una actitud colectiva de miedo (presencia en los balcones) hasta acabar sintiendo el Covid como un compañero de vida en el día a día (concentraciones de jóvenes con botellón). Y esa actitud colectiva se ha dado porque los que tenían que velar por nuestra salud estaban en otros menesteres. La derecha facciosa intentando hundir al adversario con las residencias llenas de cadáveres. Creando confusión, potenciando el negacionismo. Todo para evitar que parara la máquina de hacer riqueza, el trabajo de los asalariados, que sin mascarillas llenaban los vagones de los metros de nuestras grandes ciudades. ¿Cuántos murieron a partir de esa situación de precariedad total ante el virus desconocido?.
La derecha facciosa intentando darle la “vuelta” a la realidad política de mayorías del Parlamento, y utilizando algunas de las comunidades gobernadas por ellos como buque insignia para hacer lo contrario de lo que el ministerio de Sanidad indicaba. Todo, menos atender a la ciudadanía que se estaba muriendo ahogada por el Covid en una cama de UCI o en una residencia geriátrica. Si algo se ha visualizado en estos 15 meses es el nivel de incompetencia de la clase política y la falta de escrúpulos de muchos de ellos. Esto ha generado que la ciudadanía se eche a la calle, sin mascarilla, sin distancia social, sin respeto hacia los demás. Esto está pasando en España, por eso llevamos ya cinco olas de contagio, y ésta última es el colmo porque ya teníamos un nivel de control de la pandemia, por el efecto de las dos dosis de vacunas, que está revertiendo de nuevo en la salud de las personas. Ahora sin límite de edad. Y todas las que estamos con otras patologías que afectan seriamente la salud seguimos en “espera”. Todos esos “energúmenos” malcriados por padres irresponsables deberían pasar por las ucis de los hospitales para que vieran la realidad de la atención sanitaria.
Deberíamos mirar hacia esos países que tienen culturas de compromiso colectivo en todos los aspectos de la vida, como son los países del norte de Europa o los países asiáticos, donde el Covid ha estado más controlado que aquí.
Los que tenemos más de 30 años deberíamos plantearnos cómo estamos educando a nuestros hijos que ante esta desgracia mundial siguen pensando que su vida debe seguir siendo la misma que le brindamos con la “superprotección” y el “individualismo” personal generado por el egoísmo del individuo, con mirada pasiva ante las desgracias que le rodean, mientras se emborrachan en las playas de la Barceloneta o en cualquier otro lugar. Más nos hubiera valido transmitirles los valores que nuestros padres nos dieron y nos enseñaron a movernos por el mundo con mirada crítica.
El mensaje de potenciación de la sanidad pública se ha quedado en saco roto. Han puesto recursos puntualmente, pero siguen sin hacer caso de los colectivos de enfermeras y médicos. Y quieren utilizar la pandemia para modificar la atención primaria y convertirla en una gestión de “teleoperadora”. Mientras todo esto está sucediendo, los ciudadanos siguen en su mundo de espectadores pasivos. Digeriendo todo lo que el sistema les va colocando. Cierran oficinas bancarias, no pasa nada. Suben la luz a precios de escándalo, es igual, se está mejor en una terraza tomando unas cañitas. La reforma laboral sigue la misma de Rajoy con el coste social y humano que arrastra. La sanidad sigue masificada, pero no importa formar parte de las largas listas de espera.
Los que llevamos toda la vida en la trinchera de la defensa de nuestros derechos vemos cómo cada día estamos más solos. El sistema nos ha ganado la batalla de la conciencia. Nuestra generación nacida entre 1950 y 1960. Somos el último vestigio de luchadores con conciencia social de clase. Sí que hay hoy conciencia ecologista, feminista, de igualdad, contra el cambio climático, etc. Pero entender el orden social al completo tal como lo tiene establecido el capitalismo y cuál debería ser la respuesta de las clases oprimidas, y sobre todo asumir la solidaridad colectiva como arma de defensa contra el opresor. Y lo más grave es que esa falta de conciencia social está potenciando el fascismo en Europa, y ahora en España, con unas cotas muy peligrosas por su presencia institucional.
La pandemia no se ha producido esporádicamente, lo mismo que las catástrofes climáticas, todo responde a una proceso de cambio en las condiciones del equilibrio habido hasta ahora en el mundo. Hay elementos más que suficientes para que todas estemos preocupadas y nos desprendamos del lastre que nos ha impuesto el sistema para tenernos apartados mientras ellos continúan con su enfermo “afán” de enriquecimiento en progresión creciente. Es el tiempo de vivir con la mochila a cuestas, descartando todo aquello que no es estrictamente necesario. Si no cambiamos nosotros, el mundo no cambiará, porque los que lo dominan no quieren que cambie, o lo hará demasiado tarde.
Las generaciones posteriores a la nuestra están dando señales peligrosas en sus actitudes que nos apartan del camino del avance social. Lo más lamentable es ver cómo nos hemos ido adaptando a la vida de miseria que nos han impuesto mediante una crisis económica desde el 2008. El capital nos ha ido robando derechos que se han quedado en el cubo de la basura porque no se trataba de ajustar costes para salir de la crisis sino que se trata de transformar el sistema en la parte social para que el capital incremente sus beneficios. Los que tenemos hijos y nietos ¿qué mundo les estamos dejando?, deberíamos parar de beber cañas y reflexionar con mirada retrospectiva nuestra vida. Seguro que aprenderíamos algo que hemos olvidado.