Mi vida cambió después de la mili, año 1983, cuando mi padre “O Galego Grande” decidió comprar el Bar Lucense. Lo hizo por él, lo hizo por su mujer, lo hizo por toda su familia.
Todos tuvimos nuestro papel, nuestra vinculación en el bar. Conocí a mi amor eterno, Montse, y compartimos momentos de alegría, de grandes fiestas, momentos inolvidables entrañables, irrepetibles, con familia y amigos.
Durante 38 años, el Lucense ha sido punto de encuentro de gente buena, punto de unión de gente maravillosa, punto de encuentro de personas, con nombre y apellidos. Personas, vecinos, amigos, familia… básicamente lucenses de pedigrí. Y esto, amigos, no se acaba.
Porque el Lucense, su karma, sus almas, sus amigos, sus corazones, no morirán nunca, serán eternos. Y lo mejor que nos queda a los que somos lucenses es nuestro aliento, nuestro corazón y nos vestiremos de gala para decir: hasta siempre, gracias Lucense por todo lo que nos has dado… de corazón.