UNA de las frases de tertulianos que seguramente más han triunfado durante la pandemia ha sido la de “ha venido para quedarse”. El problema es que la aplican a muchas cosas y, generalmente, con poco rigor reflexivo. Sin embargo, es verdad que algunas cosas deberían venir para quedarse, aunque ya habían estado con nosotros.
Después del confinamiento y hasta tener una vacuna, la gran novedad en nuestras ciudades ha sido el boom de las terrazas. Los que no las tenían las han pedido y los que han podido las han ampliado. Se ha considerado el mejor mecanismo para aliviar la crisis en el sector de la restauración, todo lo acompañaba al llegar el verano. Los ayuntamientos lo facilitaban y los vecinos y vecinas lo han tolerado porque el uso del espacio público siempre supone cesiones por parte de los que viven más cerca. Por eso podemos decir que este verano ha sido el de las terrazas.
Todo el mundo ha puesto algo de su parte para suavizar esta crisis, pero ¿realmente ha sido así?
Las terrazas suponen una ocupación del espacio público, mayoritariamente aceras de calles, paseos, ramblas, avenidas o plazas. El espacio que los últimos años se había recuperado para los peatones se ha cedido a los establecimientos para que puedan poner sus terrazas y éstos lo han hecho de manera diversa. Algunos no han dudado en clavar unas enormes sombrillas en el suelo, otros han colocado macetas para delimitar el espacio, otros han creado paredes de plástico e incluso han amenizado el espacio con música. Un uso privado de un bien público permitido porque todos debemos facilitar las cosas para una rápida recuperación. Pero, ¿todos han actuado igual?
Recuerdo de joven como cuando acompañaba a mi madre a abrir su negocio, una zapatería, lo primero que hacía era barrer y fregar toda la tienda, así que pronto esa obligación la heredé y, cada mañana, al abrir, lo primero que hacía era barrer y fregar, pero también toda la acera que tenía delante del local. Incluso regábamos los dos árboles que teníamos.
Esta costumbre se ha ido perdiendo. Mucha gente considera que como paga unos impuestos, unas tasas, tiene derecho a ensuciar y a no limpiar. ¡Falso! Cuando ensuciamos la ciudad estamos ensuciando la ciudad de los demás. Por eso me llaman poderosamente la atención aquellos establecimientos con terraza que no limpian el suelo, que no barren ni friegan la porquería que lanzamos al suelo mientras disfrutamos de unas tapas o comidas. Porquería que se va acumulando a la espera de que, como siempre, el Ayuntamiento haga la limpieza.
Pues no. Tenemos que decir que no vale. Que la responsabilidad del estado de este espacio privatizado pero público corresponde a los propietarios del establecimiento que deberían barrer antes de cerrar y fregar el suelo al abrir. Como vecinos y vecinas, como usuarios de estos establecimientos, debemos exigirles esa mínima dedicación que representa el respeto hacia sus vecinos y el barrio, hacia sus clientes, hacia el colectivo que ayudamos a que todos podamos salir mejor de esta situación y no, no debemos callarnos. Callar no ayuda a nadie, nos perjudica a todos.
Seguramente habrá alguna voz que diga que eso ya lo tienen que hacer, o eso ya lo hacen. Sin embargo, si escribo este artículo es porque por mi condición de candidato al PSC de Terrassa algunas personas me han pedido que interceda ante el Ayuntamiento, que lo denuncie a la opinión pública. Nadie pide sanciones sino responsabilidad y, si se da este incivismo, saber que nuestro Ayuntamiento no lo dejará correr y actuará.
* El autor es candidato a primer secretario del PSC Terrassa