Ser un poquito ministro y hasta vicepresidente y un poquito comunista y hasta manifestante callejero de los que “aprietan” puede ser muy gratificante sobre todo a la hora de cobrar y de subirse al coche oficial, pero tiene que ser agotador e incluso abocar a una cierta esquizofre- nia.
Y, claro, hay que estar en Venezuela y en Europa; callar en el Gobierno y protestar desde el partido; tapar las vergüenzas del gobierno afín de Baleares; participar en decisiones del Consejo de Ministros y subirse a un tractor para “apretar”; ampliar la altura de las vallas que impiden la entrada de emigrantes, y defender la emigración “venga como venga” desde el punto de vista legal; poner buena cara ante el Constitucional e ir de componendas mediadoras a Catalunya, y saludar al Rey de forma apresurada porque hay que recoger la bandera tricolor que se dejó a la entrada de Palacio y hasta abrocharse los puños de la camisa para que la chaqueta encaje bien a pesar de la falta de costumbre.
Y hay que poner cara de estadista sereno y dialogante aunque se produzca el “descojone” de los de enfrente.
Y todo eso cansa, agota, fatiga, molesta y hasta puede hastiar a cualquiera.
Y es que hay situaciones que “son repugnantes incluso para un comunista”.