Que no es exactamente lo mismo que “cornudo y apaleado”, a no ser que aceptemos el simbolismo del apaleamiento, que en el caso de la lengua catalana implica un coste económico añadido. En definitiva, ser algo más que ser tonto, estúpido o lelo.
Y ésta es la condición que comparten una buena parte de los catalanes, de los que así se sienten, de los que quieren serlo, que no son necesariamente todos los nacidos en Catalunya, ni tampoco los españoles residentes.
A ver si de una santa vez queda claro que no hay buenos y malos catalanes, sino catalanes y españoles que viven en Catalunya. No se puede ser ambas cosas a la vez. Es un oxímoron, una “contradictio in terminis”. Los primeros continúan siendo españoles, pero lo son sólo administrativamente. El bisabuelo de su bisabuelo fue inscrito “manu militari” en un club del que no lo dejan marcharse.
Los segundos, por el contrario, se sienten españoles y están encantados de serlo; su vínculo con Catalunya es administrativo, aunque hayan nacido aquí. Esto es taxonomía de primer grado. ¿Y por qué son algo más que tontos una buena parte de los catalanes? Simplemente porque se dejan timar. Llevan siglos dejándose timar.
Es cierto que Catalunya ha tenido la mala suerte de estar situada geográficamente entre dos imperios venidos a menos, que es la peor condición de un imperio, cuando el valor de los activos ha caído y sólo queda la retórica de lo intangible: los fastos, los himnos y las banderas.
Aun así los catalanes han sido capaces a lo largo de la historia de superar los sucesivos “muerdos” de castellanos y franceses, “muerdos” que desde 1714 han quedado específicamente a cargo de la monarquía castellana y de los gobiernos que han ido tomando el relevo en los últimos trescientos años. Tanto da que el ejecutor fuera el señor Olivares o los señores Patiño, Esquilache, Saavedra, Canga, Negrín (en plena República), Monreal, Villar Mir, Boyer, Solchaga, Solbes, Montoro o De Guindos. El mecanismo siempre ha sido el mismo: drenar sistemáticamente recursos allí donde más se producen. Un error mayúsculo, tanto técnica como políticamente, que desincentiva al que trabaja y no estimula al que vive de las transferencias. Pero, ya entrados en el primer quinto del siglo XXI, el “muerdo” se ha multiplicado, ha tomado nuevas vías, alguna de ellas próxima al expolio. Veamos una primera aproximación al cartapacio hacendístico del gobierno que preside el señor Sánchez y de sus derivadas en el aparato del Estado.
La primera contribución económica de los ciudadanos que viven en Catalunya (catalanes y españoles) es muy parecida (no del todo) a las de los ciudadanos del resto del Estado. Las tablas del impuesto de la renta (IRPF) tienen una parte idéntica y una segunda parte con ligeras variaciones según el territorio. En cuanto al impuesto del Patrimonio, hay lugares en que se paga y otros que están exentos. En cualquier caso, siempre los ciudadanos catalanes salen perjudicados en términos comparativos. Aquí todo el mundo pierde: los catalanes independentistas, los catalanes no independentistas y los españoles que viven en Catalunya. Primer “muerdo”.
La segunda contribución es menos conocida porque queda oculta en la maraña de los datos económicos que presenta la Administración. Pero sí sabemos o deberíamos saber ya que el déficit fiscal de Catalunya (lo que pagamos frente a lo que recibimos) suma 2.500 euros por persona y año. Es decir, una cifra que sale ocultamente cada año de los bolsillos de los ciudadanos de Catalunya. Quizás algunos de esos ciudadanos interpretan que es su aportación a la grandeza nacional del Estado español. Allá ellos. Para muchos otros es una extorsión. Segundo “muerdo”.
La tercera contribución es más sibilina y no procede del Ministerio de Hacienda. Tras el inicio del “procés” distintas instituciones del Estado han gozado del privilegio de pasar cargos en forma de multas, fianzas, garantías y otros inventos. Las razones nunca están claras, pero ellos las interpretan como legales, aunque saben que no son legítimas. Por ejemplo, el Tribunal de Cuentas le ha cogido el gusto al tema y va lanzado. Después de la operación “Mas/ Ortega/Rigau” ha venido la espectacular operación “Puigdemont/Junqueras & others” y sigue. El monto es considerable y faltan manos para cubrir estos impuestos revolucionarios. Para hacerles frente, los catalanes independentistas han organizado varias “caixes de solidaritat”, cajas a las que cada uno aporta voluntariamente lo que puede y quiere. Tercer “muerdo”.
Que todos estos novedosos pagos los hagas forzado puede comprenderse. Te indignas pero eres solidario y tratas de reducir los perjuicios de los afectados. Pero, que los hagas solícito, vendas que “hay que dialogar” con los que te esquilman y te limites a quejarte (un poco) en discursos electorales, da pena, mucha pena. Esto es ser “cornut i pagar el beure” o, si se quiere más florido, actuar siempre como el sastre de Campillo, “que cosía en balde y ponía el hilo”.