És innegable que una parte de la sociedad catalana está frustrada. Seguramente no sea por un único motivo, pero sí está claro que el desarrollo que está teniendo el "procés" es una de las razones de este sentimiento. La frustración aparece cuando uno no ve satisfechas las expectativas creadas (ya sea por uno mismo o por un tercero) y normalmente se traduce en consecuencias bastante desagradables. Y, como casi todo en esta vida, hay unos responsables de haber generado este sentimiento en muchas personas y debería haber otros que fueran capaces de arreglar el problema que tenemos entre manos.
A nadie se le escapa que, hace unos años, cuando el sentimiento independentista empezó a calar cada vez más en una parte de la población catalana, algunos líderes soberanistas hicieron promesas y previsiones (la mayoría en clave electoral sobre cuál sería el futuro político de Catalunya y, además, en un periodo cortoplacista). Muchos recordamos aquellas proclamas como "Ho tenim a tocar" o "Aquest any sí" que en cada movilización por la Diada algunos líderes se encargaban de pregonar. Crearon unas expectativas, prometieron la independencia de Catalunya a unas personas que, con mayor o menor racionalidad, perseguían ese anhelo y que acabaron creyéndose.
Una irresponsabilidad muy grave, teniendo en cuenta que quienes estaban detrás eran unos líderes políticos que sabían que nunca llegarían a alcanzar tal objetivo pero, movidos por el ansia de obtener votos, dejaron a un lado la responsabilidad que todo político debe tener y se ocuparon de engañar a la gente.
Las consecuencias de este sentimiento fallido no son buenas. Las estamos empezando a ver en la calle y seguramente aún no han acabado. Son personas que, con razón, se sienten engañadas. Se sienten estafadas. Y se sienten frustradas. Pero esas personas, en lugar de reclamar a los responsables del engaño, lo hacen a los que ya hace tiempo que venimos advirtiendo de la frustración que generarían las falsas promesas. Las manifestaciones tendrían que ser en contra de los líderes de ERC y JxCAT (o como se llamen ahora), que prometieron cosas que sabían que no podrían cumplir. Pero, en lugar de eso, las hacen contra los que desde el primer momento hemos sido honestos y hemos explicado que había algunas cosas que nunca se podrían permitir. La frustración es peligrosa porque hace que algunas personas se radicalicen. Y las consecuencias las pagamos otros, como los concejales del Grupo Socialista que, reunidos preparando el pleno del Ayuntamiento de Terrassa, sufrimos un ataque sin precedentes en el cual fuimos agredidos en nuestra sede política. Una acción que, además de fascista y antidemocrática, venía dirigida por "líderes" sociales de significativas entidades de Terrassa. Y esto tiene unos responsables. El señor Puigdemont (aquel que lleva dos años de vacaciones por Bélgica mientras sus excompañeros están en prisión) dijo en sesión plenaria del Parlament de Catalunya, a principios de 2016, que en 18 meses declararía la independencia de Catalunya (sabiendo que no lo haría). Un alto cargo del Govern de Artur Mas (exsecretario de Comunicación) reconoció que "se engañó" durante el proceso independentista cuando se afirmaba que "las estructuras de Estado estaban en marcha". Otro gran líder que nos ha dejado el "procés" es Santiago Vidal, aquel juez que se convirtió en senador por ERC y que reconoció que "exageró algunas cosas" en esas conferencias donde pregonaba los logros que nunca llegarían a alcanzar. Pero la gente que, de buena fe, se creyó esas mentiras ahora paga su frustración con quien no debe y mantiene a los responsables como héroes, algunos, y como mártires, a otros. Supongo que será cuestión de tiempo.
Y, ante esta situación, la pregunta se hace inevitable: "¿Y, ahora, qué? ¿Quién arregla esto?". No creo que la respuesta sea sencilla, pero sí es obvio que no nos podrán sacar de este camino que parece que no tiene salida los mismos que nos han metido en él.
La ciudadanía merece políticos que les hablen con franqueza, con honestidad y que no les prometan aquello que saben que no van a poder cumplir. Necesitamos líderes que no digan lo que la gente quiere oír y que digan la verdad. Muchos ya avisamos en su día que estas promesas conllevarían sentimientos negativos en aquellos que se las creyesen. Fueron líderes como Miquel Iceta quienes, sabiendo que quizá su opinión no sería muy popular, se atrevieron a hablar claro. Y ahora ha llegado su momento. Ahora necesitamos líderes que gestionen la frustración que otros han creado. Y no será fácil, pero tampoco imposible.