Opinió

El abuso en la Iglesia católica y los desafíos para la Iglesia universal

En 2018 hubo muchas noticias perturbadoras sobre abuso sexual de menores por parte de sacerdotes y otros responsables en la Iglesia: estudio MHG en Alemania, informe del Gran Jurado en Pensilvania, acusaciones contra los cardenales McCarrick y Pell. Está fuera de duda que la protección de los niños y los jóvenes de la violencia sexual seguirá siendo crucial.

Las informaciones similares que se vayan presentando en el futuro serán horribles testimonios de intencionadas o permitidas negligencias de la fundamental obligación de protección humana y cristiana, pero también serán estremecedoras llamadas de atención para una reacción.

Sólo allí donde se pinchen los abscesos puede comenzar un periodo de curación. Pero no avanza con igual rapidez en todas partes, y eso se explica en que la Iglesia católica, en el contexto de su dimensión global, inevitablemente muestra una imagen muy mezclada sobre qué ajustes tienen prioridad para aclarar los abusos a menores y para las medidas de prevención.

La actuación de la Iglesia en todo el mundo para la prevención del abuso sexual se topa con condicionamientos culturales totalmente diferentes. Hay que tener en mente que la Iglesia católica cuenta con unos 1.300 millones de fieles en casi todos los países del mundo y que no hay unidad uniforme.

Por ejemplo, hay más de 220.000 escuelas de entidades católicas, que existen en los contextos financieros, legales y culturales más diversos. Eso se aplica a las aproximadamente 1.450 universidades y a las cientos de miles de guarderías, hogares infantiles, talleres para discapacitados, centros sociales, hospitales u hospicios.

Según todo lo que se observa en la Iglesia universal, la balanza se inclina lentamente, pero de forma segura, hacia el lado correcto. Altos cargos, en primer lugar los papas Benedicto XVI y Francisco, han exigido de forma inequívoca acabar con los abusos sexuales a menores por parte de clérigos.

El papa Benedicto alargó el plazo de prescripción en favor de la protección de las víctimas e incluyó como delito el abuso sexual de discapacitados intelectuales, así como la posesión y distribución de pornografía infantil.

El papa Francisco reforzó ese rumbo en 2014 con la creación de la comisión papal para la protección de menores. Y ha convocado una asamblea de presidentes de conferencias episcopales, jefes de las iglesias orientales y superiores de las órdenes religiosas entre el 21 y 24 de febrero.

El objetivo no es sólo aguzar la conciencia sobre la necesidad de actuar, sino también exponer la correspondiente responsabilidad de los dirigentes de la Iglesia en la denuncia y persecución de esos delitos.

Ya en 2011, la Congregación para la Doctrina de la Fe pidió a las conferencias episcopales que elaboraran "directrices para abordar situaciones de abuso". Las grandes órdenes religiosas también se han puesto esa tarea.

Al mirar la Iglesia universal, se observa que en cada país hay diferentes condiciones en relación al abuso y su prevención: cómo se viven la sexualidad, las emociones y las relaciones, cómo se habla sobre ello o si no se habla de ello.

La Iglesia católica está presente en un país tradicionalmente confuciano como Corea del Sur; en una India hinduista muy conservadora en relación a las relaciones de género; en miles de culturas africanas; en comunidades nativas andinas, con sus costumbres y rituales. Y hay distintas formas de proceder en el tratamiento, en el derecho civil y penal, de casos de abuso por los distintos órganos estatales.

En India, por ejemplo, los cristianos son una minoría diminuta. Sin embargo, dirigen muchas y buenas escuelas y universidades, lo que atrae los recelos de los no cristianos. En países de mayoría musulmana, hinduista o budista, se crea una cooperación en función del grado de tolerancia y benevolencia de las autoridades. Además, en no pocos países hay leyes y normas que, a pesar de estar establecidas y definidas por escrito, no se consideran vinculantes, algo que se aplica a todo el ámbito público.

Hace tiempo se informó sobre este dilema ético: en un país en el que los cristianos son una minúscula minoría y están perseguidos por extremistas religiosos y políticos, una religiosa, que dirigía un orfanato, descubrió que uno de los educadores violaba a niñas. Su propia conciencia, en el contexto jurídico del país y por obligación ante sus donantes europeos, quería y debía denunciar ese caso de abuso. Sin embargo, no podía valorar cómo reaccionaría la policía: el educador era el hijo del alcalde, y ambos seguidores de la religión predominante. La monja podía suponer que no habría reacción de la policía e incluso podría llevar al cierre del orfanato y a una campaña de desprestigio y persecución contra los cristianos.

En muchos países africanos se debería trabajar en que se respeten las normas y el derecho civil, como la edad mínima para el matrimonio. Las tradiciones y usos tribales siguen siendo mayoritariamente incuestionables, y, así, iniciativas de la Iglesia que buscan proteger y escolarizar a las niñas tropiezan con recelos e incluso con violencia.

En la esfera pública de gran parte de África y Asia, también en parte de Latinoamérica y zonas de Europa oriental, el abuso sexual de menores no es percibido como un problema acuciante y habitual. Las estadísticas disponibles dejan claro que esos abusos no son un fenómeno marginal. Al contrario, se puede asumir que entre el 8 y 15% de los chicos y entre el 15 y 20% de las chicas han sido expuestos a violencia o acoso sexual antes de los 18 años.

En muchos países los niños y jóvenes sufren brutalidad: guerras, falta de agua potable, hambre, falta de seguridad, obligación de realizar trabajos pesados hasta la extenuación. Mundos en los que los niños son tratados literalmente a patadas, donde la violencia sexual es una faceta más de la violencia general, como parte de la completa miseria.

Tras reuniones y conferencias en casi 60 países de cinco continentes, el asunto de la protección de los niños ha llegado a los feligreses en todo el mundo, tanto para el centro como para la periferia (parafraseando al Papa): tanto en Fiji como en Malawi, en México como en Polonia, se habla públicamente sobre abusos en la Iglesia y sobre su prevención.

En muchos sitios se trabaja con seriedad en la superación de casos de abuso y se aplica, o al menos se intenta, una tarea de prevención consecuente. La prevención funciona. En Alemania y Austria, la Iglesia católica ha establecido directrices en cada diócesis, orden, escuela o centro juvenil, y ha aplicado medidas de formación. La Iglesia desempeña un papel pionero. No obstante, sería peligroso pensar que ya se ha hecho la tarea y que todo está bien. Siempre va a haber casos de abuso en la Iglesia, en la sociedad y en la familia y sería una ilusión creer que el daño que se hace a los niños pueda ser completamente erradicado con prevención. Por otro lado, un compromiso sostenido en este campo es una consecuencia de cómo Jesús trató a los niños.

Los programas específicos de prevención no sólo buscan evitar que se perpetre un delito sexual, sino también conocer profundamente los motivos, factores y consecuencias del abuso sexual, y así estimular una actuación consecuente.

La Iglesia, con sus instituciones escolares, académicas, caritativas y pastorales, puede desempeñar un papel pionero para otras confesiones religiosas, organizaciones y gobiernos, como ya se hace en algunos países, especialmente del Hemisferio Sur.

El Center for Child Protection (CCP) de la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma está al servicio de la prevención del abuso de menores. El CCP impulsa trabajos de prevención orientados a países en los que hasta ahora se había hecho poco, y prepara a personas sobre el terreno. Ofrece ayuda para la protección de niños y jóvenes, a empleados y empleadas de la Iglesia en parroquias, escuelas y guarderías.

La lucha contra el abuso sexual será larga y, por eso, hay que despedirse de la ilusión de que la simple aplicación de reglas es la solución.

Combatir los abusos sexuales en la Iglesia en todo el mundo es un trabajo hercúleo, en el que muchos actores, en la Iglesia y en la sociedad, deben actuar unidos.

Se trata de cambiar actitudes y, como es sabido, ésas cambian lentamente. Se trata de un cambio fundamental de actitud hacia la búsqueda de la justicia para las víctimas y la movilización por una prevención en el más amplio sentido, no como algo molesto que se da por resuelto cuando la opinión pública ya no lo sigue con tanta atención.

El mensaje de Nuestro Señor Jesucristo es la fuente y la fuerza de esa continua reflexión desde el núcleo del Evangelio. Ya que Dios ama especialmente a los pequeños y los vulnerables: "Dejad que los niños se acerquen a mí. De los que son como ellos es el reino de Dios".

To Top