OS bulos de salud han existido siempre. Sin ellos no habrían existido magos y vendedores ambulantes de crecepelo. Lo que sorprende es que en la era de internet, con el acceso a fuentes de información científica sin restricciones, no sólo sigan propagándose sino que lo hagan con mayor velocidad y frecuencia.
Para combatirlos, desde la Asociación de Investigadores en eSalud, en colaboración con la Asociación Nacional de Informadores de la Salud y diversas sociedades científicas, hemos creado la plataforma #SaludsinBulos, que trata de identificar y desmontar los bulos de salud en la red.
Estas “fake news” (noticias falsas) tienen más facilidad para extenderse en salud que en otros ámbitos porque apelan a emociones básicas como el miedo, que se cristaliza en alarmas sobre alimentos y productos cotidianos, y la esperanza, en remedios milagrosos para prevenir o curar enfermedades que aún nos dan pavor, como el cáncer, la patología con más noticias falsas.
Pero también se difunden con facilidad porque su contraste es difícil en muchas ocasiones, por la baja cultura científica de la población.
Los bulos que mejor funcionan son aquellos que tienen apariencia de verosimilitud, que incluyen una aparente fuente de prestigio y que ofrecen una explicación razonada con elementos que apelan al sentido común o parten de elementos de veracidad.
Un ejemplo es el bulo de la comida en envases de plástico calentada con el microondas. Desde hace meses circula en cadenas de Whatsapp y redes sociales una supuesta recomendación de la Asociación Americana de Médicos que identifica esta práctica con el riesgo de sufrir cáncer.
Esta asociación nunca he emitido dicha recomendación, ni tampoco la Clínica Mayo, a la que se atribuía antes. La explicación es muy verosímil, ya que mucha gente es consciente de que el plástico a elevadas temperaturas desprende compuestos tóxicos. Lo que no explica el bulo es que esas temperaturas no se alcanzan con un microondas doméstico y que podemos estar seguros con los envases aptos para microondas.
Algunos otros bulos van más allá y citan un estudio científico concreto que parece anunciar el fin de alguna enfermedad incurable o el hallazgo de un superalimento preventivo.
A menudo es una mala interpretación de las conclusiones, que pueden arrojar resultados positivos en fases preclínicas pero quizá no lleguen a tener impacto en humanos. En otras ocasiones podemos estar ante un estudio falso o sin validez científica, publicado en lo que se conoce como una revista depredadora, con apariencia de científica, pero que sólo busca recaudar dinero y carece de rigor.
Un editorial publicado en la revista Journal of Clinical Nursing del pasado mes de diciembre alertaba de la multiplicación de congresos y publicaciones depredadores que admiten cualquier comunicación o artículo presentado como científico si se les paga por ello.
Muchos de los estudios que publican, sean reales o no, proceden de estudiantes deseosos de labrarse un perfil académico de impacto en poco tiempo. Sin embargo, el editorialista denunciaba que no eran pocos los directores de departamentos o másters que firmaban también esos trabajos sin rigor, quizá sin ser conscientes de dónde aparecían junto con sus alumnos, lo que demostraba una falta de supervisión alarmante.
De hecho, se han realizado diversos experimentos de investigadores que han conseguido publicar en estas revistas con el nombre de su perro o dejando el texto casi en blanco.
Y es que, si la ausencia de controles en la calidad académica de un trabajo de fin de carrera puede llevar a una presidenta autonómica a la dimisión, la falta de controles científicos en muchas publicaciones médicas y congresos puede ocasionar peligros en la salud.