Es muy grave. El medio rural se está quedando solo. Sin especies y sin gente. Sabemos que el medio rural en España abarca el 90% del territorio y en él reside tan sólo el 20% de la población total.
Que su evolución demográfica es crecientemente descendente, alcanzando en zonas como Asturias o Galicia el -11 % anual. Que hay zonas de Aragón o Castilla y León que tienen una densidad inferior a la del norte de Canadá o Siberia (4 habitantes por km2). Y también que la población rural es gradualmente anciana y masculina. También sabemos que el 35% vive en riesgo de pobreza o exclusión social.
Deberíamos estar preocupados. De ese lugar desolado depende nuestra agua, nuestro alimento y nuestro bienestar.
No basta con abandonar el carbón y el petróleo, que suben la temperatura del termómetro. Urge también, y al mismo tiempo, perseguir todo aquello que baja el número de gente y especies en el termómetro de la riqueza ecológica. En el campo quedan muy pocos, pero aun así (o por eso) tenemos que decir que no vale todo. Hay muchos desatendidos, pero también unos cuantos malcriados.
El campo está muy necesitado de sentido común o de sostenibilidad -que viene a ser lo mismo- y de apoyos firmes a quienes, por hacer bien su trabajo, no les salen las cuentas. Hay que atender y vigilar mejor el medio rural. Toca ya acabar con los incendiarios, con los saqueadores de agua, con los envenenadores del campo, con los escopeteros… y es tiempo también de explicar al ganadero, al pescador o al apicultor que no confundan al enemigo. Preocupa que, en el siglo XXI, resurja el término alimaña que sirve para que ciertos usuarios del campo puedan justificar la matanza o control de "especies culpables".
No, la solución no es matar lobos, cormoranes o abejarucos. Pero, eso sí, quienes deben convivir y hacer un sobreesfuerzo por mantener y respetar nuestro patrimonio natural (y solo éstos) deben contar con las ayudas necesarias y con el merecido reconocimiento social y agradecimiento por parte de todos y -sobre todo- de los que disfrutan las comodidades del medio urbano.
En el campo no sobra nadie. Ni especies ni gente. Lo que necesita el medio rural es mucha más atención y mejores intenciones por parte de todos. También necesita mayor dignificación para un grupo socioeconómico -descuidado desde el ámbito político, social e incluso familiar- que se destapa crucial para un campo sostenible y justo. Porque las mujeres rurales, lejos de afianzar su base, pierden efectivos a marchas forzadas, y los jóvenes siguen una estela aún más preocupante. Así no hay medio que sobreviva. Para que esta situación se revierta hay que creerse de una vez por todas, entre otros aspectos, que la agricultura sostenible es la clave del futuro. Y cumplir dos requisitos que requieren de una acción política y social intensa y bien dirigida.
El esfuerzo individual o colectivo por permanecer en las aldeas y pueblos originarios merece nuestro respeto y solidaridad, pero la "vuelta al campo" que sería necesaria merece apoyo no sólo económico sino sociológico.
Por utilizar un símil, al igual que el sector energético debe solventar y atender la inaceptable pobreza energética, el sector agrario debe asumir su gran responsabilidad en el empobrecimiento del campo. Que cada palo aguante su vela. La conservación de la naturaleza nos la jugamos en la forma de producir alimentos y en el tipo de explotación que hacemos del campo. Los usuarios del campo -y de los océanos- pueden elegir entre "ser los combustibles fósiles" que carbonizan la biodiversidad -con el pretexto de que nos dan de comer y con el mantra de la seguridad alimentaria, y de que, por tanto, todo vale- o convertirse en la energía más vital y responsable con la sociedad. Confiamos en que lo podrán lograr haciendo una gestión sostenible de los recursos naturales.
No dejemos solo al campo. Cambiemos los campos de soledad por campos llenos de vida.
(Servicio de firmas de la Agencia EFE)