Llegó el día. Hoy empieza el juicio contra el procés independentista seguramente en el peor momento desde un punto de vista político y también social, si es que ambas cuestiones se pueden separar. La gran derecha, ahora tricéfala, alimenta la discordia con Catalunya como nexo de unión para debilitar, todavía más al Gobierno de Pedro Sánchez, tan hábil como torpe a la hora de gestionar sus eximias bazas y mientras, en Catalunya, se llama a zafarrancho ante la inminencia de un proceso judicial que será largo, complejo y cuyo resultado será, a buen seguro, difícilmente digerible tanto para el independentismo como para el propio constitucionalismo.
En ese sentido, en ambos extremos se pretende una sentencia de máximos que se quedará en un terreno en el que no contentará a nadie. Si ahora se está hablando de alta traición a España por el tonto asunto del relator, que pasará si se dicta una sentencia que no sea una condena por rebelión y con penas máximas. Desde el independentismo, por otra parte, se defiende, lógicamente, que no puede haber otra resolución que la absolución. Uno de los argumentos de defensa de los políticos presos es que la declaración unilateral de independencia fue meramente política y que no buscaba efectos prácticos, pero al mismo tiempo se dice que hay que implementarla ya, porque Joaquim Torra no tiene otro mandato que el de constituir la república.
Y la situación se mantendrá así, porque el problema catalán no se afronta con perspectiva. Torra pide valentía a Pedro Sánchez, como si pensase realmente que algún partido español estuviese en disposición de poder pactar un referéndum y amenaza con la DUI. Mientras, los partidos españoles se empecinan en pensar que el “a por ellos” es la vía y que un 155 inmisericorde va a acabar con el independentismo. Igual es ese el escenario con el que Torra pretende darle a ERC la base social amplia que se necesita para negociar con garantías el ejercicio del derecho de autodeterminación. No se pueden tomar según qué decisiones sin tener en cuenta a la mitad de los catalanes, pero desde Madrid tampoco se dan cuenta de que no hay de perder de vista a la otra mitad.
Y mientras, los políticos catalanes, en Madrid, en el peor momento y en las peores condiciones para afrontar un juicio de extraordinaria dimensión internacional. Habrá que ver cómo se desarrolla todo, dentro y fuera de la sala