Opinió

Las pensiones: promesas y probabilidades

Ha pasando el tiempo y, a pesar del abultado déficit que padece la Seguridad Social y que continúa en constante crecimiento, se sigue haciendo política electoralista, mejorando prestaciones, cosa que siempre agrada al electorado. Seguimos siendo el mismo país que antes y durante la crisis, pero con datos globales que se van complicando año tras año.

El señor presidente del Gobierno, dada la situación, hubiese tenido que, junto con la oposición, hacer un estudio serio del problema, analizar las posibilidades de financiación “sostenible” y, en vez de mejorarlas, hacer estimaciones serias sobre cuánto se podrá disponer en el futuro y cuál sería la forma más equitativa y justa de reparto. Por las últimas decisiones, parece que el Pacto de Toledo está más muerto que el conde de Orgaz.

Intuirán muchos lectores que mis siguientes comentarios no resultarán agradables a muchos jubilados, pero como vulgarmente se dice “no hay más cera que la que arde”. Me puedo incluir entre ellos, o bien entre la población laboral, como figuro en las estadísticas oficiales. Para firmar cuatro papeles de una sociedad, debo estar dado de alta, media jornada, y por estar ya en edad de jubilación mi grave afección no se tuvo en consideración: ya cobraba como jubilado.

Aún este pasado año, que según datos oficiales se han incrementado los cotizantes en la friolera de casi 564.000, el déficit de nuestra protectora institución se ha incrementado en casi 19.000 millones de euros, cifra que irá con cargo a los Presupuestos Generales de un Estado quebrado y deficitario, a pesar de ser retocado artificiosamente, rutina que no cabe pensar que pueda perpetuarse. Entre otras cosas, porque la incertidumbre en que vivimos instalados, unida a la exagerada mayor presión fiscal, va a provocar un muy mayor descenso de la actividad de lo que oficialmente se pronostica.

Quizás la aplicación de la tasa Tobin a determinadas operaciones financieras demostrará a nuestros políticos el inmediato efecto negativo, no sólo sobre la recaudación, sino sobre la actividad financiera y quizás sobre más cosas de las empresas que decidan deslocalizarse. Pa-ra desgracia de gobiernos ineficaces y contribuyentes cautivos, cada vez es más difícil “poner puertas al campo”, puertas por las que también para nuestra desgracia transitan más libremente los grandes monstruos internacionales.

Aunque nos digan que la mayor culpa del déficit la tienen las altas jubilaciones actuales, cabe recordar que con su sudor las cotizaron. En cambio no nos hablan de los nuevos cotizantes, de los días que trabajan y la miseria que cotizan. Sería interesante tener las medias de todo ello. A destacar que, de los nuevos empleos, el conjunto de las administraciones dieron ocupación a más de 136.000 personas, lo que influye un poco rebajando el déficit e incrementando bastante el gasto público.

Merece comentarse que el sueldo medio de los funcionarios en 2017, según El País, fue un 51% superior al de la empresa privada (2.598,4 frente a 1.719,7 euros), lo que, unido a la seguridad en el empleo y otras ventajas, quizás algún día hará que los que generan riqueza en el país se terminen plantando. Y que conste que mi deseo sería que pudiesen subir los salarios de la empresa privada, pero difícilmente la competitividad lo permitirá en muchos años.

Y, para facilitar esa competitividad, sale nuestro secretario de Estado de la Seguridad Social diciendo que hace falta que suban los salarios para incrementar la recaudación. Que difícilmente entienden los mecanismos por los que se anima la actividad y las recaudaciones todos aquellos que han vivido siempre de la teoría y/o del Estado.

Volviendo a las pensiones, un día no lejano habrá que llegar a una fórmula razonable que permita, más que subirlas, asegurar la posibilidad de que a medio plazo se puedan pagar unos importes mínimos que permitan sobrevivir a los más desfavorecidos, y a su vez permitan vivir un poco más dignamente a quienes están percibiendo importes por encima de un tope que sea “razonable” y sobre todo “posible”, y entiéndase que estoy hablando del establecimiento de un tope al que habría que rebajar todas las pensiones de aquellos que están percibiendo importes superiores, que serían muchos.

Este artículo lo estoy escribiendo libre y voluntariamente, a sabiendas de que un gran porcentaje de mis lectores pronunciarán frases malsonantes contra mi persona. No importa, lo grave es la situación de emergencia en que nos encontramos y que nuestros políticos, irresponsablemente, disimulan.

Y disimulan y nadie coge “el toro por los cuernos”; ahí viene la parte más compleja de la solución. La financiación de esos mínimos será imposible si no salen de los excesos que derrochamos en esa gran burbuja político-administrativa que no para de crecer y que, desde el inicio de la crisis, en vez de recortarse privilegios, se los han incrementado, creando nuevos puestos innecesarios, empresas públicas inútiles y ruinosas y un largo etcétera.

Como no cabe suponer que lo descrito en este último apartado sea aprobado por los propios perjudicados, podría ser que nuestra situación haga que la ira contra la clase política crezca y la paz social se ponga excesivamente a prueba. Europa nos prestó dinero sin límite cuando el sector inmobiliario nos volvió locos. El Banco Central Europeo ha dado, durante demasiados años, liquidez gratuita, y nuestros prestamistas pudieron salirse de nuestro mal papel, trasladándonos el problema que tenían, hasta el punto de que una supuesta quiebra de España les afectaría por la imagen de Europa pero no por el bolsillo. Hay un partido político que lleva en su programa soluciones tendentes a lo antedicho, y les ha costado poco a quienes nos vienen esquilmando cuando no saqueando tacharlos de extrema derecha, anzuelo en el que ha picado el gran porcentaje de votantes que ya vienen siendo más esquilmados. Otra cosa será si, alguna vez llegan a decidir, la medida se implanta con toda la crudeza que es necesaria o se ponen también del otro lado.

El tiempo apremia, nuestra clase política está más a lo suyo que a lo nuestro y desgraciadamente la mejoría duradera que algunos pronostican no me parece vislumbrarla en el horizonte. Como suelo decir, también en todo esto querría equivocarme.

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