En el libro “Alicia en el País de las Maravillas”, la niña protagonista vive diversas historias en un mundo de fantasía, en el que sus circunstancias vitales se adaptan en cada momento, de forma casi mágica, para ayudarle a salir de los atolladeros en los que se va encontrando. La historia finaliza al despertar Alicia y ver que todo ha sido un sueño, volviendo de nuevo a la realidad. Vivimos unos tiempos en los que las medias verdades o, directamente, las mentiras se intentan imponer a la verdad. El ascenso político y social de los populismos se basa en el abuso de esa estrategia comunicativa para manipular la realidad.
En Catalunya lo estamos sufriendo desde hace algún tiempo. Malos gobernantes, como Rajoy, que estando en la oposición realizó una miserable campaña por toda España contraria a Catalunya, que bloqueó la renovación del Tribunal Constitucional para mantener una exigua mayoría conservadora que dictó la polémica sentencia del Estatut. Y, cuando gobernó, lo hizo con prepotencia, evitando el diálogo con el Govern, y sin ninguna sensibilidad hacia la situación, cada vez más preocupante, que se estaba generando en Catalunya, aumentando de forma significativa el voto independentista. Rajoy, instalado en su fantasía particular, no supo, o no quiso, ver la realidad catalana.
O como Artur Mas que, para desviar la atención de los recortes sociales que su gobierno estaba aplicando, decidió, con ayuda de organizaciones ciudadanas subvencionadas con dinero público, impulsar un proceso soberanista. Para potenciarlo, se crea un relato idílico: la independencia depende sólo de los catalanes, el resto del mundo nos dará apoyo en ese tránsito, Europa nos acogerá en la UE porque nos necesitan€ En definitiva, nos instaló en el País de las Maravillas. Las consecuencias de esa frivolidad mal calibrada las estamos sufriendo todavía. Otro mal gobernante, Carles Puigdemont, lideró una vía unilateral de ruptura con España saltándose la legalidad vigente, en contra de los informes de los órganos consultivos del Govern, y declarando la República más efímera de la historia. Aparentó que había cumplido aquella fantasía. Culminaba así la manipulación de todo su mandato. Para no enfrentarse a la realidad, huye del país, dejando en la estacada a los catalanes y a parte de su gobierno. Tuvo la posibilidad de convocar elecciones, evitando los tristes sucesos que luego se produjeron, pero no quiso situarse en la realidad. La política requiere de realismo.
Joaquim Torra, quizás el peor gobernante de todos ellos, pretende continuar con el mundo imaginario que necesita el independentismo para mantener el poder (y la manipulación), a pesar de que ya se habían desmontado los argumentos falaces utilizados hasta entonces. Sin ningún disimulo, azuza a los CDR para que le ayuden a continuar desarrollando la república, algo que sólo existe en la mente de los más radicales del independentismo. Ante una oferta de diálogo del Gobierno español, responde con amenazas si no se avienen a convocar un referéndum, opción que está fuera de nuestro ordenamiento legal, si no se absuelve a los dirigentes que van a ser juzgados, olvidándose de la separación de poderes en un estado democrático, o insinuando vías no pacíficas para alcanzar el objetivo. En fin, cortinas de humo para sus seguidores, a los que hay que mantener en la fantasía de la República, alargándoles el autoengaño tanto como se pueda. Un año después de las elecciones, la actividad legislativa del Govern es prácticamente nula. Se suceden las quejas en sanidad, educación, bomberos, policía €, como consecuencia de esa dejación de funciones. No hay presupuestos para Catalunya, con la incertidumbre que genera a ciudadanos y empresas. O sea, la realidad.
Mientras tanto, la derecha española (PP y Ciudadanos, y ahora Vox) reclama continuamente la aplicación del artículo 155 por cualquier causa que se viva en Catalunya. Crean una fantasía sobre la sociedad catalana, generando un clima de nacionalismo radical españolista. Esa radicalización, que busca el rédito electoral, es lo último que necesita el “caso catalán”. Es necesario recuperar el diálogo, tal como ha ofrecido el presidente Sánchez, para atraer a la mayoría de catalanes hacia un proyecto conjunto en el que nos sintamos bien acogidos.
Es hora de que salgamos del sueño (pesadilla) en el que nos introdujeron: el PP con su mensaje anticatalán y los dirigentes independentistas con su fantasía separatista, y en el que nos quieren mantener por intereses electoralistas. Sin que nadie renuncie a su ideario particular, deberíamos despertar del sueño y abandonar el País de las Maravillas, recuperando la normalidad institucional propia de los países democráticos que nos rodean.