El que debía ser viernes negro fue “viernes gris”, seguramente en todos los frentes. Un viernes de escenificaciones que dijo más por lo que no pasó, no se vio o no se supo que por lo que realmente ocurrió. En primer lugar, para empezar por lo objetivable, por mucho que se empeñen algunos medios y tertulianos hiperventilados, las protestas, aunque y ciertamente acaloradas por momentos, no se convirtieron en el Apocalipsis que se esperaba.
Convivió el descontento radical, violento, organizado y cada vez más alejado del poder político con la protesta pacífica y constitucional. En segundo lugar, los mossos d’esquadra hicieron su trabajo, como siempre, y pagaron su profesionalidad con decenas de heridos. En tercer lugar, al menos en lo formal, ni los encuentros ni el famoso Consejo de Ministros fueron tan transcendentales y tuvieron más de escenificación para las respectivas parroquias en la que tuvo más relevancia si las flores eran rojas o amarillas que el contenido de todo ello.
La certeza es que Pedro Sánchez, que inició la semana con una legislatura finiquitada sigue buscando oxígeno y ha conseguido dar una patada al balón hacia adelante, una vez más, en la esperanza de aprobar los presupuestos que le puedan permitir mantenerse unos meses más en el Gobierno. Con presupuestos o sin ellos, a Sánchez le espera un auténtico calvario desde la oposición y desde su propio partido, por los barones que han puesto sus barbas a remojar después de lo ocurrido en Andalucía.
Por su parte, el Govern sigue moviéndose en esa ambigua linea, en esa equidistancia (de otro tipo), que le sitúa entre abrazar el posibilismo que invoca Esquerra y la unilateralidad que le pide la calle o al menos una parte de la calle.
Con respecto a la calle, otra certeza que se puso ayer una vez más de manifiesto es que el independentismo de base no tiene líderes y también existe una discrepancia entre los que opinan que no hay nada que negociar y se necesita una hoja de ruta de unilateralidad dura, otros que abogan por la unilateralidad pacífica y quien todavía cree en una negociación que acabe en un referéndum pactado. El proceso judicial contra los presos independentistas no ayuda a clarificar la situación, pero está claro que el independentismo deberá tomar una decisión entre la unilateralidad, que será dura, o el pactismo a la espera de ensanchar la base social que permita forzar el referéndum en un futuro más o menos lejano.