En esta misma sección, escribí dos duros artículos, el primero el 24 de junio de 2017 con el título de "Y del humo salió el Bitcoin" y, con fecha del 18 de enero de 2018, el segundo: "El humo ya es pólvora".
Resulta difícil calcular los porcentajes de subida que contabilizó en su casi constante y vertiginosa carrera, teniendo en cuenta que la primera contrapartida que logró, cerca de un año después de su nacimiento, el 3/1/2009, fue de 0,00076 dólares.
Cuando apareció mi primer artículo, unos siete años después de su estreno como moneda, andaba ya algo por encima de los 2.000 $. Desde el principio debía tenerse claro que se iba pagando mucho dinero, contante y sonante, a cambio de un asiento, que ni siquiera moneda de latón, y que, teniendo en cuenta que le aseguran a usted que esa anotación contable está totalmente a salvo de todo intento identificador de Hacienda, cabía preguntarse si usted personalmente, llegada la situación de emergencia que un día u otro se producirá, le reconocerán su titularidad.
No olía bien que los organizadores intentasen justificar los amplios desfases entre el cambio existente cuando usted pasa la orden y el cambio a que se la terminarían ejecutando. ¿Ausencia absoluta de control de las transacciones? Y aún peor parecía que muchos de ellos, de ésta y de otras criptomonedas, hubiesen empezado a aparecer entre los más ricos del mundo.
Pero al público, que nunca diferencia entre invertir y jugar, no le importan todos esos detalles, ni el valor intrínseco de lo que adquiere, en este caso, clarísimamente nulo.
Lo único que interesa es que haya demostrado su capacidad de subir, y cuanto más larga sea la carrera más segura parece la apuesta a futuro.
Y eso es lo que hizo nuestro "humo hechicero" sin apenas conceder tregua alguna, hasta alcanzar los 20.000$ -sí veinte mil codiciados billetes-, a cambio de "nada".
Cuando alcanzó su punto álgido, recuerdo que le di muchas vueltas al tema, pensando hasta qué punto de "irrealidad" ha llegado nuestro planeta: que el jefe de estudios de uno de nuestros primeros bancos llegase a recomendarlo como inversión o que el Banco Central Europeo se llegase a plantear la creación del suyo propio me ratificaban la idea de la escasez de sentido común de que adolecemos.
A pesar de que han sido miles los ingeniosos personajes que, por el ancho mundo, pusieron en marcha nuevas criptomonedas, el más popular y útil a cuantos han querido transferir dinero, procedente en general de los más turbios negocios, situándolo en los más lejanos paraísos, ha sido sin lugar a dudas el Bitcoin.
Cuando publiqué mi segundo artículo, nuestro "monstruo invisible" rondaría los 17.000$. Mostraba algunos signos de cansancio y a partir de ahí fueron apareciendo noticias de varias quiebras de otras colegas, desapariciones de equipos responsables y declaraciones oficiales de diversos países, incluido nuestro señor Montoro, de tener la clara intención de poner en marcha el control fiscal de la operativa.
Este último punto fue como el primer petardo que alteró los ánimos de quienes tenían su dinero oculto a Hacienda, podían, además, tener o no tener plusvalías, pero estaba la parte más dramática, que consistía en tener que demostrar la procedencia, en la mayoría de los casos, delictiva. Actualmente, que se encuentra en caída libre, eso conlleva inexorablemente que quienes antaño compraban porque subía hoy no habrá quién les frene, no sólo sus impulsos vendedores, sino una inevitable sensación de pánico. Ha llegado la hora de pensar en su valor real, y ése, según mi constante parecer y según opinaba ya en mi primer artículo, si le vimos nacer del humo, hay que temer seriamente que, a no muy largo plazo, sólo quedarán las cenizas.