No podemos sentirnos orgullosos de lo que ocurrió el pasado jueves en Terrassa. El 6 de diciembre se convirtió en una jornada funesta para la democracia, el civismo y la convivencia en la ciudad. La convocatoria de Vox fue entendida por los grupos denominados antifascistas de la ciudad como una provocación contra la que debían actuar y es por ello que se convocó una manifestación en Sant Pere Nord para impedir lo que constituía la puesta de largo en la ciudad del nuevo partido.
El acto de Vox hubiese pasado inadvertido con toda seguridad, debido al escaso seguimiento con el que contó, pero la contramanifestación ha proporcionado a Vox Terrassa una notoriedad que no sabemos si algún día llegará a merecer. La batalla campal en la que se convirtió la protesta de los antifascistas consiguió justo el efecto contrario que perseguía, la paradoja de convertir a Vox en víctima de la intolerancia. Por mucho que inquieten algunos postulados políticos, la libertad de expresión y de reunión deben prevalecer como derechos fundamentales que son . La garantía de que nuestros derechos civiles se van a salvaguradar depende de que se preserven los de los demás, siempre dentro de los límites que marca la ley.
Otra de las consecuencias de la batalla de Terrassa y también de la que se produjo en Girona el mismo día por la mañana es la crítica a la actuación del cuerpo de Mossos d’Esquadra y si el uso que se hizo de la fuerza fue proporcional a los hechos que se estaban produciendo en Sant Pere Nord. El debate generado ha sido intenso hasta el punto de pedirse la dimisión inmediata del conseller Buch. Si se demuestra que el uso de la fuerza fue inapropiado, el cuerpo de Mossos deberá tomar las decisiones que se tengan por convenientes, pero al menos se deberá recabar la información precisa. Sorprende la apresurada exigencia de cambios en la estructura policial de Mossos realizada por el president Torra sin siquiera haber dado tiempo a una investigación que determine si hubo exceso o no y habrá que ver si el president midió bien su reacción.
Por otra parte, insistir, como lo hacíamos ayer, en que la violencia no es el camino cuando la palabra puede ser la alternativa. Un discurso, aunque sea xenófobo, sexista y racista, si es discurso, no puede ser combatido con la violencia, máxime si se pone en peligro la integridad de personas y bienes públicos y privados.