Opinió

Del posible rescate al ¿dónde iremos a parar?

Hace pocos días me preguntaba, a mí mismo, en esta sección, si vamos camino del rescate.

Y en muy pocos días, entre la situación de Italia, primer país al que se le viene disparando la prima de riesgo de forma vertiginosa, a la que ha empezado a seguir la española, junto con las medidas que va anunciando nuestro complicado Gobierno, ya podemos convencernos de que no será posible un rescate como los de Grecia y Portugal en su día.

La dimensión del problema conjunto a día de hoy ya no permite a la Unión Europea afrontarlo de la misma forma, y menos con la que nos viene el año próximo, si persisten nuestros gobernantes en seguir adelante con ese esbozo de presupuesto que ha de aprobar la Unión Europea. Es más que dudoso que esa aprobación se lleve a cabo, pero son tal el número de partidas que van a fallar, contribuyendo a un déficit jamás visto, que, aunque haga algunos retoques, poco remediarán los males y, como siempre, además, dejará indemnes los privilegios y excesos de nuestro sobredimensionado tinglado político administrativo.

El empeño del presidente del Gobierno en lograr mayoría, aunque fuera con una selección tan variada en filosofías y objetivos, y las concesiones que, no sólo para aprobar los Presupuestos, va a tener que ir haciendo constantemente nos llevarán a conflictos de todo tipo, y muy probablemente a generar partidas de gastos tan abultados como no prioritarios.

La alegría con que se han concedido mejoras y se han presupuestado ingresos, sabiendo que en algunos casos su generación será imposible, no es lo peor para nuestro futuro inmediato. Si la inversión no tenía suficientes motivos para abandonarnos, y lo viene demostrando hace tiempo, todo cuanto va sucediendo en las últimas semanas es generador de la máxima desconfianza que un país puede provocar.

Los constantes cambios de normas de todo tipo, que van generando no sólo cada una de las comunidades sino cada una de las grandes ciudades, pueden resultar divertidos para unos gobernantes que jamás han sido empresarios, pero insoportables para cuantos lo son y las padecen.

Desde propuestas de cambios de celebraciones con motivaciones políticas hasta, en lo jurídico, propuestas de cambios de legislación, a medida exclusiva de los encausados políticos actuales, contentarán a cada minoría, pero no a la mayoría ni a los inversores, que terminan viendo cómo baila todo bajo sus pies.

La formación de un Gobierno de esas características, la presión fiscal prevista y, por último, hasta la inseguridad jurídica, provocada nada menos que por nuestro Tribunal Supremo, que podría ser incluso con efecto retroactivo, incluyen cuantos motivos llevan a la creencia de que el dinero es muy miedoso, cuando en realidad el dinero tiene la necesidad, y el empresario la obligación, de ser prudente y de contar con normas lo más estables posibles para poder hacer sus previsiones, ya de por sí complicadas en el mundo en que sobrevivimos.

La espantada en marcha, que sin duda se verá acelerada, puede desviar de forma grave los ingresos presupuestados y el empleo previsto. La marcha del monstruo empresarial Alcoa, por más que aduzca otros motivos, en su balanza seguro que pesa también esa inseguridad en todos los frentes.

Todo ello ambientado por las constantes disertaciones bolivarianas de quien, sin ser presidente, da la impresión de que va a ser el hombre fuerte de la triste etapa que tenemos ante nosotros.

Y dejo, deliberadamente, al margen los insolubles y enquistados problemas territoriales, mal planteados, y desarrollados de forma tan accidentada como difíciles de concluir.

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