La espantada general de inversores posibles, actuales y futuros, está servida. La disparatada combinación de apoyos con los que habrá pactado y deberá seguir pactando el presidente del Gobierno hará que se mantengan alejados de este país nuestro por bastante tiempo.
Hemos llegado al punto de que, entre los que “mandan o lo intentan”, no parece haber nadie que sepa lo que necesita o desea un empresario de verdad, para aventurarse a jugársela a medio o largo plazo en inversiones que serían las que generarían empleo y además de calidad. Desde luego con amenazas, presión fiscal creciente día a día, desasosiego, ocurrencias diarias y gasto desbocado no se puede pensar que el empresariado ponga un euro más, ni siquiera en proyectos en marcha.
También pueden pensar todos que, acabando con el sistema productivo y la cada vez menor riqueza presente, se puede seguir prestando todos los servicios gratuitamente, mantener la pléyade de políticos y otros privilegiados en nómina, tres millones y medio de funcionarios, amortizar esa deuda pública de poca monta que tenemos, para que nos sigan prestando… O directamente ¿esperaremos que caiga el maná cada mañana?
La estabilidad política, jurídica, legislativa y fiscal, demostrada y mantenida durante bastante tiempo, es la primera e imprescindible exigencia o necesidad de todo empresario serio. Lo de los fondos de capital riesgo, en su mayoría, es otra cosa y quizás disfrutan más en río revuelto; así les va a las sociedades donde consiguen imponer su gestión. En un momento en que los ingresos fiscales normales se desplomarán, el déficit de la Seguridad Social sigue su ritmo creciente, el precio del petróleo no para en su escalada y existe el peligro de que los tipos de interés despierten de su largo letargo, especialmente si el Banco Central Europeo deja de “regar” el mercado, como tiene anunciado, prometer los incrementos de gasto que se han prometido puede ser eficaz para ganar votos en unas próximas elecciones, pero insostenible aun con impuestos confiscatorios.
Según nuestros medios oficiales, la deuda pública total (de todas nuestras administraciones) se sitúa en 1.164.000.000.000 de euros.
Pero hay tanto compromiso firmado y no reflejado, tantos entes y empresas públicas no consolidadas y tanta alfombra por levantar que, recientemente, yo me aventuraba a situarla cercana al billón y medio.
Pero, en un muy reciente artículo, el controvertido señor Roberto Centeno, nunca simpático para nuestras administraciones, pero muy fiable en la previsión de todo tipo de datos estadísticos, la acaba de situar en 1,64 billones, cifra que, por cada punto de tipo de interés, nos supondría un mayor déficit de 16.400 millones de euros y que pondría a “bailar” hasta la más arrinconadas alfombras, que se han sentido cómodamente ocultas con tipos de interés nulos o negativos.
Y, mientras, incrementando el número de funcionarios, manteniendo todos los privilegios a toda nuestra clase política (tema eternamente tabú), con mayor número de jubilados y mayor jubilación media, con una población laboral que de 50 para arriba no se acaba de adaptar a los nuevos sistemas y una buena parte de la juventud, de algo más de 40 para abajo, que está poco entrenada, familiarizada ni adaptada para ningún tipo de trabajo, porque se han pasado demasiados años sin encontrar un puesto fijo y duradero donde adquirir experiencia.
La mayoría de lumbreras nos han emigrado al extranjero. Nuestro sistema de enseñanzas con 17 patrias, todas a su aire, más pendientes de adoctrinar que de enseñar y unos planes de estudios sin consensuar, a merced de cada cambio de gobierno.
Y lo que es peor, en diez años de crisis, ni se ha intentado transformación alguna del sistema productivo; la leve recuperación que vivimos ha llegado de nuevo de la mano del sector inmobiliario, cuyo recorrido puede contar poco de cara al futuro; al turismo, que termina la temporada con signos de agotamiento, y al sector automóvil, todo dependiente de empresas exterio- res.
El pequeño comercio, que hasta hace no mucho tiempo daba empleo a una cifra importante de españoles, pasa ahora por una situación crítica, incapaz de competir con las compras por internet y, a pesar de que cuando se abre una gran superficie nos lo presentan como un gran hecho para la zona correspondiente, hablando de la inversión y del puñado de empleados que encuentran trabajo, es siempre la sentencia de miles de empleados y pequeños negocios.
Últimamente sólo nos faltaba el “ciclón” Trump, con sus múltiples medidas y tratados, que va perjudicando a no pocas de nuestras mejores empresas.
Estamos ante un cúmulo de condicionantes suficientemente amplio y grave como para tomar muchas de las medidas por las que un rescate nos puede hacer pasar, si seguimos por el camino actual. Persistir por el camino actual será nuestra perdición.