Carles Puigdemont parece dispuesto a hacer pagar con creces a Esquerra Republicana de Catalunya lo de las 155 monedas. No puede entenderse de otra manera el pulso que está manteniendo desde que huyó a Bélgica, en el que se trasluce una mayor proporción de enfrentamiento a ERC que al propio gobierno de Mariano Rajoy. No puede entenderse de otra manera la designación de Joaquim Torra como candidato a la presidencia de la Generalitat y la frialdad con la que el partido de Oriol Junqueras ha acogido la designación (una frialdad que también se ha detectado en el propio PDECat).
No se puede negar que Puigdemont, o quien le asesore, es hábil en la estrategia. Designa a alguien al que en Madrid gusta de catalogar como "extremista peligroso" justo en el momento en el que Esquerra Republicana ha elaborado una ponencia política para su próximo congreso en el que, sin renunciar a su objetivo de alcanzar la independencia, abraza presupuestos más posibilistas y anuncia el abandono del unilateralismo. Cuando Esquerra apuesta, seguramente un poco tarde, por dar un paso atrás y reagruparse con las ganancias obtenidas, Puigdemont designa a un presidente cuya primera declaración es el anuncio de un proceso constituyente para dar respuesta al mandato democrático del 1 de octubre.
La situación tiene su enjundia, puesto que será sumamente interesante ver la reacción de ERC cuando se inicie ese proceso constituyente, si es que se inicia, después de haber abogado públicamente por dar la espalda a la vía unilateral y a la desobediencia. Es muy curioso cómo ha cambiado el escenario. Es ahora ERC quien pide pragmatismo cuando fue quien obligó a Puigdemont a declarar la independencia o lo que quiera que pretendiese ser aquella declaración.
Joaquim Torra llega como presidente provisional y ni siquiera podrá utilizar, parece ser, el despacho de la presidencia en lo que en vez de ser un signo de lealtad al que se considera President legítimo es, sin duda, un signo de desmerecimiento a la propia Generalitat. Las instituciones se deben recuperar en el más amplio sentido de la expresión y realizar las políticas que se consideren convenientes, sumisas o desobedientes, allá cada cual, pero desde el más absoluto respeto y consideración a lo que significan. En cualquier circunstancia, la Generalitat no es un medio, es un fin.