Opinió

Lo que cuesta no investigar

Investigar es caro. Ya no estamos en los tiempos del gran Ramón y Cajal, nuestro único Nobel científico, que apenas con un microscopio y su enorme tesón e inteligencia sentó las bases de toda la estructura del sistema nervioso, vigentes más de un siglo después. Pero la inversa también es cierta: que un país no preste la necesaria atención a la investigación acaba saliendo mucho más caro en pérdida de competitividad y de oportunidades ante otros que sí apuesten por innovar. España ha tenido que caminar muy rápidamente en las últimas décadas para contrarrestar el retraso secular respecto a los países de nuestro entorno, ligado a nuestra turbulenta historia. No es de extrañar que el desarrollo económico conseguido con tanto esfuerzo no se haya visto acompañado por otro paralelo en el plano científico y de investigación.

Consecuencia de este desfase, una menor capacidad de defensa ante las adversidades, como ha puesto claramente de manifiesto la última crisis. Una economía predominante de servicios como la española se ha visto sacudida con mucha mayor gravedad y menor capacidad de maniobra que las de países con más tradición investigadora. Ante la imposibilidad de devaluar la moneda, y a falta de un valor añadido derivado de una producción innovadora que España apenas si puede ofrecer, se optó por una devaluación generalizada del país con precarización laboral y sueldos ínfimos que evidentemente no es la mejor opción y que además no parece ser una solución sostenible a largo plazo en un mundo globalizado.

Ello ha puesto encima de la mesa una vez más, al menos para los no cortoplacistas (que no es el caso de nuestros políticos), la necesidad de un cambio de modelo productivo que al menos complemente al actual para hacernos más fuertes. Es necesario añadir más valor al trabajo, pero este cambio de modelo sólo será posible mediante una mayor inversión en investigación. No hay otro camino alternativo.

Los buenos propósitos explicitados a principios de siglo para elevar la inversión en investigación de un 1 a un 2% del PIB (que es más o menos la media actual de la zona euro: 2,03%), se encuentran a distancias abismales con sólo un 1,19%. El Estado no ha podido o no ha sabido conseguir este aumento progresivo, que llegó hasta el 1,5% en 2008 para luego desplomarse con las vacas flacas, que era precisamente cuando más falta hacía. Estamos prácticamente donde estábamos hace 15 años, con un retroceso en inversión pública del -12,6% desde 2009 según datos del INE y del Eurostat, frente a un aumento del 17,5% en la zona euro, con cifras del 29,2% en Reino Unido y 35,7% en Alemania. Las diferencias que ya eran grandes se están haciendo abismales y el sector privado no ha ayudado demasiado, lejos de las cifras de los países de nuestro entorno.

El desastre se entiende mejor con algunas cifras. Entre 2010 y 2014 se perdieron 27.000 puestos de trabajo entre científicos y técnicos. El informe sobre la ciencia y la tecnología en España eleva esta cifra hasta cerca de 90.000, al sumar los 61.900 que deberían haberse creado de haberse mantenido el crecimiento precrisis. La Red de Asociaciones de Investigadores y Científicos Españoles en el Exterior afirma que hay entre 15.000 y 20.000 investigadores españoles fuera de nuestras fronteras. Una verdadera sangría de talento e ilusiones para nuestra juventud que además hipoteca gravemente nuestro futuro como país. Como ejemplo sintomático, las solicitudes de patentes entre 2008 y 2014 disminuyeron un 60%.

Alcanzar ese mítico 2% que nos pondría momentáneamente en la media europea supondría pasar de los 13.000 millones actuales a 22.000, una cantidad sin duda importante que no obstante empalidece al compararse con algunos rescates bancarios y otros desastres de gestión del dinero público. Sólo una voluntad política explicitada por un pacto de Estado entre todos los partidos podría garantizar una priorización sostenida del sector que sentara las bases de un nuevo modelo productivo.

De otra forma ya sabemos lo que hay, y lo que les estamos dejando a nuestros hijos.

* El autor es fundador de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) de España

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