Hace varias semanas que voy escuchando conversaciones de café (algunas ajenas a mí) donde se habla del movimiento #metoo, de la tapada violencia de género, de las agresiones sexuales encubiertas que hasta ahora no se habían denunciado ni hecho públicas, de marcas que se posicionan claramente feministas, y, por supuesto, me interesa mucho. Me apasiona ver la evolución del concepto y de quien lo abandera. Me intriga ver cómo los movimientos feministas y pro-mujer son casi cool, me atrevería a decir que también tienen un punto sexy; quiero decir, que ya no está relacionado con un colectivo casposo, poco femenino, en pie de guerra y de reivindicaciones eternas, incluso he oído llamarlo… “mal follado”, imagen que el establishment se ha encargado de potenciar muchas veces.
Llevo quince años investigando, escribiendo, divulgando y ayudando a las marcas a conectar mejor con la mujer, a entenderla mejor para empatizar y para saber mejor qué queremos. En definitiva, para ayudar a crear productos y marcas más women-friendly, más femeninas. Marcas pensadas desde la mujer para la mujer y que ayuden a las empresas a ser más rentables. Este camino me ha llevado a ser clasificada -en algunos entornos- como feminista; porque debe ser la forma simple de clasificar según la norma establecida; si trabajas para visibilizar la mirada femenina, eres feminista. Punto.
Según el diccionario, el feminismo es un “movimiento que tiene como finalidad de conseguir la igualdad política, económica y jurídica de la mujer respecto al hombre”. Hasta aquí el diccionario tiene razón, pero las connotaciones, la historia, la vida y los hechos en torno a este movimiento, así como sus líderes, han hecho que las connotaciones de la palabra más buscada del 2017, “feminismo”, hayan sido durante un siglo más bien negativas.
Ahora, en cambio, todo lo que hemos ido trabajando desde muchos aspectos de la sociedad, educación, academia, investigación, etcétera, ha hecho que se mostrara la palabra con nuevas acepciones, que el concepto tenga luz, que ya no nos dé vergüenza decir que somos feministas. Y lo más relevante es que también lo dicen ELLOS, los hombres.
De hecho, la generación “Z”, las Women “Z” (chicas de 13-22 años), se define en un 69% como feministas; no es un tema de debate, ya forma parte de sus valores, de su ADN.
Marcas como Pescanova, que nunca nos hubiéramos imaginado que se posicionaran con la igualdad hombre-mujer, con la violencia de género o con el pay-gap, esta Navidad se han posicionado con su campaña “El mensaje de las reinas”. Algunas marcas han visto toda una buena causa y estrategia decir abiertamente que defienden la igualdad, porque eso las hace más humanas, auténticas, cómplices y, por tanto, creíbles. Marcas que saben que el 80% de sus ventas dependen de las consumidoras mujeres y hasta ahora no las habían mirado directamente como ellas quieren, ahora, son asertivas en este aspecto y se posicionan; en publicidad llamamos FemVertising (suma de Feminine + Advertising).
Toda esta ola, que ya lleva unos años pero estos últimos meses se ha manifestado más claramente, hace que me cuestione y os quiera compartir la reflexión: si está de moda ser feminista, si estamos redefiniendo el concepto… o si todavía hay mucho por hacer, por qué cuando leemos el significado de la palabra ‘fácil’ en el diccionario, una de las acepciones es MUJER.
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