Opinió

Los jubilados, ¿deben mendigar o decidir?

Raro ha sido el día, desde hace varias semanas, en que no hayamos recibido una petición de firma o de asistencia a manifestaciones, en contra de ese ofensivo 0,25% de incremento de nuestras pensiones.

Nos vienen diciendo que no hay dinero, y es verdad. Y no lo hay porque toda la casta de privilegiados mangones, entre los que podemos incluir a “mandamases” (que no gobernantes), asesores y quienes lo hacen ver, sobornadores de todo el arco empresarial, con especial proliferación en el sector construcción, compradores y vendedores de cuanto pasa por las múltiples administraciones (que hoy es casi todo), directivos y vagos aparcados en esas más de 4.000 empresas públicas, tan inútiles como derrochadoras, y fundaciones y todo tipo de recaudadores, que se nos comen lo mejor del presupuesto de cada año, después de haber devorado cuanto era propiedad de todos y dejar endeudados a nuestros descendientes de cinco o seis generaciones. Y no lo habrá mientras eso dependa de ese tropel de privilegiados que se marcaron unas condiciones de ensueño y se van permitiendo, mientras medio país está en la indigencia, tener la poca vergüenza de mejorarse sus condiciones y seguir enchufando a conocidos, parejas, familiares o amigos, en cuanto alguien toca poder por primera vez. Ya es de vergüenza lo que ordenan en Europa, limitándose a fijar un déficit máximo, que nunca se cumple, pero que no importa de donde se recorte, demencial práctica de la que también se aprovechan los parlamentarios europeos.

De todas formas, tener lo que tenemos, debe ser bastante culpa de los que votamos y no aplicar la única solución posible al tema pensiones y otras prestaciones, seguramente también.

Siendo casi diez millones de jubilados, es, cuando menos, un tema para hacérselo mirar.

Los jubilados tienen la obligación de crear su propio partido, no sólo para defender lo suyo, sino para acabar con los privilegios indecentes, con el conchabeo entre poderes, la eternización de los juicios, el incumplimiento de las penas; acabar también con los indultos, exigir la devolución de lo mucho trincado y la implantación del sentido común para organizar multitud de temas que andan descarrilados, entre los que ocuparía lugar preeminente la enseñanza, la seguridad del ciudadano, de la propiedad y un largo etcétera.

No dudo de que trazando un programa, duro, pero simplificado, podría arrastrarse a más de quince millones de votantes. No les hace falta prometer leyes tan peculiares como aquella que prohíbe cortarles la cola a los canes… Entre los jubilados de hoy, hay muchísimos profesionales, preparados, honestos, con ganas y con una capacidad de gestión y de conocimiento de la realidad que nada tiene que ver con la de la mayor parte de los que no han “dado jamás un palo al agua”.

El único riesgo está, no sólo en la valía de la cúpula del poder, sino en que, con el paso del tiempo, se transformen en políticos a la usanza, para lo que el viaje no necesitaría alforjas.

Seguro que hay personajes idóneos, que les ilusionan tanto la labor a desarrollar como poner en su sitio a tanto privilegiado o reducir a sus justos términos el monstruo que hemos creado.

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