Opinió

Las libras de Jane Austen

La libra esterlina ha sobrevivido a la competencia del oro y a la escasez de la plata, a dos guerras mundiales con sus dos posguerras, al marco y al euro, a los prestamistas italianos e incluso a los eurócratas de Jacques Delors.

Desde los peniques del viejo rey Offa de Mercia, la de la libra es una historia sin cesuras, aunque no sin pecado original: el primer testimonio escrito sobre la "pound sterling" tiene que ver -año del Señor de 1115- con el soborno de un grupo de cardenales para un nombramiento episcopal. Es una tradición prosaica que ha llegado hasta hoy: en los últimos tiempos, Reino Unido registró un intenso debate público en torno a la talla del sujetador de la matrona Britannia en las monedas.

Quizá por expiación, los nuevos billetes de cinco libras llevan la efigie reverente de Winston Churchill, como los de diez rinden el homenaje más justo a Jane Austen. Ya no hablamos de papel moneda: son de plástico. Y tiene no poco de paradoja que ni la novelista ni el estadista sabrían manejarse con la libra actual, finiquitadas por la decimalización las viejas nomenclaturas de sabor dickensiano que ellos usaron todavía: chelines, coronas, medias coronas y esa complicación gozosa de la guinea, con la que se protagonizaban los intercambios más selectos, desde la compraventa ecuestre hasta las subastas de Sotheby’s.

Con la abolición de aquel sistema a comienzos de los setenta se puso fin a la cadena de siglos en los que la frialdad del cálculo iba de la mano del calor tan humano de la poesía. Su mayor sabiduría, sin embargo, era otra: el sistema estaba pensado para facilitar la vida a los comerciantes y no al fisco. Hoy ha llamado la atención que, en un mundo tan áspero en su materialismo como siempre, se haya elegido para el billete de diez libras una cita austeniana de amor por la lectura.

Cuando vivimos el lanzamiento del euro, algunos recordamos cómo se criticó el supuesto desarraigo del diseño de sus billetes: son imágenes -se adujo- abstractas, desvinculadas, sin referencia a un lugar concreto, sin la presencia de un sabio o de un héroe. Hoy la discusión está en otra parte: en pensar, por ejemplo, si se ha embellecido en exceso el rostro de la Austen o caer en la cuenta de que diez libras en su época representarían cerca de ochocientas según el cambio actual.

Malo o bueno, con oscilaciones en el cambio por el "brexit" o sin ellas, la clase política británica seguirá celebrando cada mañana no estar en el euro, aunque lo más importante de la libra ya lo dejó escrito Charles Dickens: "Ingresos anuales: 20 libras, gastos del año: 19,60; resultado: felicidad. Ingresos anuales: 20 libras; gastos al año: 20,60; resultado: miseria".

* El autor es director del Instituto Cervantes en Londres 

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