Hace cinco años, después de la Diada de 2012, un sector de la política catalana decidió poner en el punto de mira al PSC. Podemos decir de forma clara que ese sector era el formado por el bloque soberanista, básicamente ERC y CiU por entonces, con el apoyo de algunas entidades sociales. Y también podemos afirmar que el motivo de ese linchamiento, moderado pero constante en el tiempo, fue la decisión del PSC de no apuntarse al carro de la defensa de la independencia de Catalunya. Esa ofensiva fue secundada por los medios de comunicación públicos de Catalunya, en mayor medida, y también por algunos privados.
Los ataques, muchas veces sutiles y que pretendían camuflar en la crítica política ordinaria, no cesaron en el tiempo; al contrario, fueron aumentando de forma paulatina, hasta llegar a convertirse en una norma para aquellos rivales políticos de signo independentista. Ha sido curioso ver cómo, con el paso del tiempo, el PSC no ha sido la única víctima de ese linchamiento. Partidos políticos como Iniciativa per Catalunya, Unió Democràtica e incluso algunos sectores de Convergència, además de entidades sociales como Federalistes d’Esquerres o Societat Civil Catalana, también han sido blanco de duros ataques. Por no hablar de artistas catalanes con ideas políticas poco sospechosas, como Serrat, quienes han tenido que soportar que algún exacerbado les tildase de "fascistas".
El relato que se ha construido durante estos últimos años ha hecho mella en la sociedad. Hoy, mucha gente está convencida de que el PSC es un partido de derechas, que va contra Catalunya y que no es democrático. Y eso es un problema. No entraré a valorar los pensamientos y creencias de los políticos, porque en numerosas ocasiones las críticas que vocean no se corresponden con los pensamientos que realmente tienen. El problema viene cuando la gente que no está en el mundo de la política, es decir, el 99% de la población, hace suyas esas ideas.
Es un problema muy serio que haya jóvenes, de mi edad por ejemplo, que piensen convencidos que el PSC es un partido que no les defiende, cuando estos jóvenes han (hemos) sido educados en la escuela pública catalana bajo un modelo de éxito como el de la inmersión lingüística, impulsado entre otras personas por Marta Mata, o han (hemos) tenido acceso a una sanidad pública y universal, gracias a un político que se llamaba Ernest Lluch, ambos del PSC, por cierto.
Es injusto que insulten y menosprecien a nuestros alcaldes, que nos ataquen las sedes, que nos llamen traidores y fascistas. Y es injusto no sólo por la historia que nos acompaña como partido, con un largo recorrido que nos ha permitido ser padres del Estado del bienestar en el que hoy vivimos; también es injusto porque nuestra propuesta, la de pedir diálogo y respeto a la ley, en ningún caso puede considerarse como antidemocrática o contraria a Catalunya.
En una guerra, lo primero que pretenden ambos bloques (o los que haya) es dinamitar los puentes que unen las partes que están en conflicto. De esta manera, tendrán vía libre para proseguir con la ofensiva sin que haya nadie en medio que les pueda poner ningún obstáculo. Y esto es lo que están haciendo. Antes de derrotar (políticamente) a su adversario, el primer objetivo que parece que está encima de la mesa es el de derribar los puentes: es el de acabar con el PSC.
* El autor es secretario de Organización del PSC Terrassa