Opinió

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Empieza a ser más o menos previsible lo relacionado con el proceso independentista de Catalunya y el pulso frío (sería poco estético hablar de guerra) que se mantiene desde el Govern de la Generalitat con el Gobierno de España. Se intuye que Carles Puigdemont ha contestado a Mariano Rajoy que no declaró la independencia el pasado 10 de octubre, pero es rotundo al decir que si continúa la represión del Estado español no tendrá más remedio que declararla solemnemente en el Parlament.

Es decir que partíamos desde el que si se aplica el 155 se declara la independencia y que si declaras la independencia, aplico el 155. Finalmente, la respuesta de Mariano Rajoy es que la carta de Puigdemont no satisface las expectativas y que aplicará el artículo 155. De hecho, ya se ha convocado un consejo de ministros extraordinario para el sábado en el que se convendrá la forma de actuar y el alcance de la intervención en la Generalitat.

El asunto no pinta nada bien, pero sigue sorprendiendo realmente que todavía se hagan llamamientos al diálogo y a la negociación y que se tenga aún la esperanza que desde los posicionamientos desde los que se parte exista la posibilidad de alcanzar algún tipo de acuerdo, que todavía se invoca aunque sea “in extremis”. Catalunya quiere hablar de independencia y España de Constitución; sigue sin haber un lugar de encuentro.

Y mientras, sigue la indignación en la calle por un lado y la huida de empresas de Catalunya por otro. Desde el Govern no se entra mucho en analizar las consecuencias de esa realidad. Se habla de que se utiliza desde Madrid como una herramienta de presión política, pero no se entra demasiado en el análisis. Si el independentismo está ganando el relato exterior, el Gobierno está ganando el relato económico y si no se acomete, se puede complicar el planteamiento de una parte de la base social del independentismo en torno hasta dónde se está dispuesto a situar el listón del riesgo.

Y ahí andamos, hay quien pide diálogo y quien clama por una catarsis. Y, viendo lo que hemos visto hasta ahora, empieza a imponer cierto respeto cómo se vaya a gestionar desde las dos partes la situación. Ese interés por alargar los tiempos, por dar margen a no se sabe qué puede provocar la confusa linea que separa la planificación de la improvisación cuando se dibujan escenarios ignotos. De momento, el “Sant Cristo gros” viene en AVE.

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