A paz social es una batalla diaria que se libra en las calles, en los bares y hoy en día sobre todo en las redes sociales. Como temí desde el mismo momento en el que me enteré del ataque terrorista en las Ramblas de Barcelona, las redes no tardaron en llenarse de morbo y, lo que es peor, de odio. Algunas personas, que por pocas que sean son demasiadas, creen que el odio se combate con odio y aprovecharon la desgracia para expandir sus mensajes racistas. Esas palabras hirientes e ignorantes incitan a la ira y al rencor, a pisar para que no te pisen. Deberían saber que eso no ha funcionado nunca y que esos sentimientos sólo han traído dolor y pena a la humanidad.
No tengo la receta para acabar con el terrorismo, pero estoy seguro de que el amor es el camino, porque la justicia y el trato que recibimos por parte de nuestro entorno y de la sociedad en general son la fuente de energía positiva o negativa que nos alimenta y que determina la naturaleza de nuestros actos.
Aferrarse a un proyecto de vida y a la esperanza de ser una persona completa y feliz hace que disminuyan las posibilidades de que nos metamos en caminos oscuros. Y es ahí donde en mi opinión hay que centrar los esfuerzos. Ofrecer a la juventud las herramientas necesarias para construir su felicidad creo que es importante y, si a eso le añadimos un entorno libre de discriminación y de mensajes de odio e intolerancia, estaremos consiguiendo el ambiente adecuado para que jóvenes de aquí y de allí opten por una vía que les acerque a sus vidas soñadas.
Tenemos proyectos dirigidos a la infancia y adolescencia en los barrios, clubes deportivos, colegios, institutos, parroquias y mezquitas, además de un montón de personas dispuestas a sumar con gestos espontáneos. Tenemos lo que hace falta para detener el odio: una sonrisa, un abrazo o la amistad generan felicidad, vínculos e integración. El rencor, la intolerancia, los insultos y el rechazo, en cambio, provocan el malestar que hace a demasiados jóvenes vulnerables y los convierte en una presa ideal para quien se aprovecha de las debilidades para convertir a una persona en un monstruo.
Sólo hace faltar reflexionar un poco para entender que no es un credo el que te hace buena o mala persona, que ninguna nacionalidad o religión es mejor que otra. No dejemos que nos envenene el discurso que nos enfrenta y llenemos las redes y el mundo de los mensajes que hablan de paz, amor y respeto. Pido a los que entienden que en el amor está el camino que piensen en todos esos jóvenes que no tienen una opinión formada y que contrarresten a conciencia con tolerancia y respeto el mensaje de odio que tan rápidamente se expande. Los políticos no hemos estado a la altura, hemos fallado en el sistema educativo y en algunos métodos para la integración. Hemos tenido recientemente un caso en Les Fonts. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad, pero ciudadanos y ciudadanas también tienen su papel en esto.
No permitamos mensajes de odio hacia ninguna dirección, y demos un papel positivo a todas las personas en nuestra vida. Estoy seguro de que de esa manera sería poco el trabajo que le dejaríamos a la policía.
En Terrassa, como en todas las ciudades, hay gente que siembra amor y confianza. Gente involucrada en proyectos sociales y gente tan rica por dentro que da la oportunidad a cualquier ser humano de sentirse arropado y de demostrar lo que vale. Estas personas, a veces, no conocen la magnitud de sus actos, muchas veces no saben que no sólo ayudan a otras personas, sino que contribuyen a la felicidad colectiva, dejando a su paso un clima de amor y paz.
Me siento orgulloso de estar rodeado de mucha gente que reflexiona, que mira a las personas a los ojos y les da una oportunidad para demostrar lo que valen.
Os pido que habléis sin miedo, que vuestra mirada limpia es la buena, que reflexionar nos hace tardar en opinar y la ignorancia habla por los codos. Tengo miedo de que consigan destruir nuestra convivencia, pero mucha confianza en el poder del amor de la buena gente, que estoy convencido de que somos mayoría.