Es fácil decir que era previsible un ataque contra Barcelona, pero debemos reconocer que en el fondo pensábamos que no podía producirse una cosa así. Es como el caso del enfermo minutos después de recibir un diagnóstico fatal; a nosotros no nos puede pasar algo así. Barcelona es esencialmente una ciudad abierta, cosmopolita, hospitalaria, es un símbolo de libertad y convivencia… Finalmente nuestros fantasmas se han materializado.Los análisis sobre los ataques terroristas perpetrados el jueves en Barcelona y Cambrils son diversos y recorren muchas aristas sobre las causas, las consecuencias y la lucha contra el terrorismo internacional islamista. La conclusión que planea sobre todas esas reflexiones es que no hay bolardos contra el terror. No se trata de conformismo resignado, sino de concreción de la evidencia de que nadie está a salvo. A pesar de ello, nada va a hacer cambiar nuestros valores democráticos, de igualdad y fraternidad, de apertura al mundo. Hay, no obstante, algunas consecuencias de los atentados, en los que vale la pena detenerse, en positivo y en negativo, más allá de la ruindad oportunista. La vileza de la política no deja de sorprender y a veces no proviene sólo de los políticos (hubo comentarios ayer poniendo en cuestión compromisos y lealtades muy poco afortunados). Una de esas cuestiones, decíamos, es la solidaridad. La reacción de la ciudadanía fue ejemplar, tanto en las propias Ramblas, con la atención inmediata a los heridos, como después en los hospitales, con grandes colas para donar sangre, o la reacción de los taxistas ofreciendo gratuitamente sus servicios a quien los necesitase o de los propios trabajadores aeroportuarios de Eulen, que desconvocaron su huelga. La respuesta en todas partes, como pudo comprobarse ayer en Terrassa a las convocatorias de los minutos de silencio, fue masiva. Y, dentro de ello, cabe destacar especialmente que no se han producido reacciones antimusulmanas; hemos aprendido a discernir. En lo negativo, que también lo hay, es necesario seguir reflexionando sobre el uso que damos a los medios audiovisuales y las redes sociales. Circularon por internet a los pocos minutos del atentado de Barcelona vídeos espeluznantes de muertos y heridos en el suelo de las Ramblas que incluso fueron reproducidos por algunos medios de comunicación. Una vez más, se hace evidente que el buen periodismo, el que sigue el camino de los códigos deontológicos, al margen de otros debates, es el que ofrece la seguridad del rigor, el que filtra y confirma las informaciones y el que es capaz de preservar la intimidad de unas víctimas que no han manifestado su voluntad de salir del anonimato. Es cierto que los límites de la ética son móviles, pero el buen periodismo es fácilmente identificable y cada día se reivindica ante la arbitrariedad y el mal gusto.