Finalmente, los adoquines de la Rambla desaparecerán y serán sustituidos por vulgar asfalto. La medida es difícilmente criticable por cuanto el gasto que provoca cada año la reparación de los pasos con adoquines es injustificable. El problema no está tanto en la solución, como en la decisión de utilizar ese tipo de materiales. La historia tiene su enjundia y es uno de esos asuntos relacionados con la administración pública en los que se causa un perjuicio, pero que ni tiene culpable ni se purgan responsabilidades.
La remodelación de la Rambla d’Ègara era uno de los compromisos personales del alcalde Pere Navarro. Su realización, encargado a a la prestigiosa arquitecta Beth Galí fue fruto de un proceso de participación ciudadana en el que intervinieron vecinos y comerciantes. La conclusión pareció clara, había que mantener el paseo central, con los árboles, pero hacer de la rambla un espacio más acogedor, más integrado. La interpretación de la arquitecta fue el que hoy podemos ver, aunque quizás sería mejor decir que es el que pudimos ver hasta un par de años después de que se llevasen a cabo las obras. Las aceras debían pavimentarse con adoquines, al igual que el paseo central. Es decir, las zonas de paso de viandantes debían tener el denominador común de los adoquines, por lo que los pasos de cebra no debían presentar las habituales rayas blancas, sino que se diferenciarían del resto de la calzada por la presencia de adoquines.
La rambla se cerró al tráfico, pero mantuvo el paso intensivo de autobuses y es esa circunstancia la que provoca el deterioro de los adoquines, hasta el punto que su mantenimiento se hacer insostenible y se decide la sustitución de los más deteriorados paulatinamente por asfalto. Ahora se ha decidido la sustitución de los que queda con un coste de casi 90 mil euros. Se encargó un estudio a la escuela de arquitectura de la UPC que concluyó que no se podía dar solución al problema.
Lo que resulta sorprendente es que si se sabía que el uso de la rambla iba a estar determinado por el paso de los autobuses y se sabía su número y frecuencia es que se elija como pavimento un material que no va a soportar la presión. La responsabilidad sobre la decisión se ha diluido en el proceso y es el Ayuntamiento quien debe asumirla. Ahora, al margen del perjuicio económico, la rambla pierde la personalidad que se le quiso dar y el sentido de su diseño.