Literalmente, la Tierra ha vuelto a temblar. No me refiero de algo metafórico en referencia a las bárbaras decisiones de algunos líderes mundiales, que no ven tres en un burro, y que afectan a todo el planeta. En concreto, el miércoles 4 de enero todo el planeta Tierra, y todo en él, incluidos tú y yo, tembló por una fracción de segundo al ser atravesada por ondas gravitatorias.
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, había un sistema de dos estrellas que orbitaban alrededor de un centro común. Un día, una de ellas, tras quemar gran parte de su combustible, explotó de forma violenta, dando lugar a un agujero negro. Tiempo después, la otra estrella siguió los pasos de la primera dando lugar a un sistema binario de agujeros negros, que seguían orbitando por un centro común, en un baile siniestro y de mucha gravedad. Poco a poco, en su baile, los agujeros negros perdían energía y estrechaban sus órbitas, hasta que un día de hace tres mil millones de años colapsaron en una espiral mortal hasta fusionarse en un agujero negro de 50 veces la masa del sol. En el colapso final, mientras aceleraban su caída mutua, los agujeros negros emitieron ondas gravitatorias que hicieron temblar literalmente el tejido del espacio-tiempo. Estrecharon y dilataron las distancias, propagándose este temblor por todo el universo.
La energía que desprendieron los dos agujeros negros en esa fracción de tiempo fue muy superior a la energía del resto del universo visible, transformando una ingente cantidad de masa en energía, a través de la famosa ecuación de Einstein. El 4 de enero, pocas semanas después de haber vuelto a poner en marcha los detectores LIGO de ondas gravitatorias, dos señales iguales fueron captadas por los dos detectores, uno en el estado de Washington y el otro, en Luisiana. Esas señales hicieron oscilar el espacio aquí en la Tierra una diezmilésima parte del tamaño de un protón. Pero el ser humano es fascinante y el equipo de mil científicos del proyecto LIGO es capaz de detectar esas pequeñas oscilaciones y distinguirlas de cualquier posible tipo de ruido, pudiendo así escudriñar y entender el universo en el que vivimos.
Tras millones de años de evolución, los últimos 400 años han permitido al ser humano empezar a responderse preguntas fundamentales sobre nosotros mismos y nuestro lugar en el cosmos. Conceptos abstractos como el universo, el espacio o el tiempo son herramientas cotidianas de muchos científicos, los cuales se encuentran en situación de ayudarnos a entendernos y a seguir la fascinante y sorprendente aventura del descubrimiento. Estaría bien que, como sociedad, actuásemos en consecuencia valorando la ciencia y eligiendo a líderes que demuestren querer apoyar la faceta maravillosa del ser humano, y no a aquellos que condecoran vírgenes o que se inventan la verdad.