Opinió

Confesión

Resulta curioso cómo nos sorprende oír en el juicio del Caso Palau las declaraciones de los saqueadores confesos, Lluís Millet y Fèlix Montull. Únicamente se traba de verbalizar en sede judicial lo que todos hemos estado esperando durante los últimos siete años. De todas formas es como el que tiene un mal diagnóstico médico. Por mucho que imagine lo que tiene, nunca se está preparado para escuchar lo peor.

Se han producido dos cataclismos de consecuencias extraordinarias en Catalunya en los últimos años. Uno ha sido, como no, el caso del Palau de la Música, que hizo temblar los cimientos de la sociedad catalana. No se trataba de una cuestión puramente política, que también, como se está demostrando ahora, sino de gran alcance social. El segundo terremoto fue la confesión de las irregularidades financieras cometidas por Jordi Pujol aquel verano de 2014.

Las consecuencias de uno y otro, si es que a estas alturas se pueden separar ambos asuntos como un atentado conjunto a la más firme esencia de la sociedad catalana, se empiezan a notar ahora. De poco servirán las maniobras para minimizar daños. La refundación de Convergència en PEdCAT no será suficiente. O, al menos, no será suficiente para quienes lideraban CiU en aquel momento. Nadie tendrá compasión de los restos de Convergència; nadie tendrá compasión de Artur Mas, ni incluso dentro de su propio partido. Mucho menos correrá a socorrer al President Esquerra, partido que asiste absorto al desarrollo de un guión que no hubiesen escrito mejor sus mejores estrategas. El golpe que infringió la CUP a Artur Mas fue extraordinario, pero el viejo luchador se ha mantenido hasta ahora incluso con esperanzas de revalidar su liderazgo; las declaraciones de Millet y Montull no le darán ningún margen.

De todas formas, se está produciendo un fenómeno que vale la pena comentar y que habla mucho de la sociedad catalana. Se trata del rechazo social y político a la corrupción. Aquí se da la espalda a la familia Pujol, no se tolera la traición y nadie ampara ni justifica lo ocurrido en el Palau de la Música y por extensión en Convergència. El rechazo no se produce a costa del procés, pero tampoco al margen. Esa es la diferencia fundamental con lo que está ocurriendo en Madrid. En el PP, prietas las filas, se niega la mayor y se mira para otro lado con la esperanza de que, una vez más amaine una tormenta que no tiene solución de continuidad.

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