El pleno del pasado jueves puso sobre la mesa, entre otras muchas cuestiones la vigencia del actual Plan de Ordenación Urbanístico Municipal. La oposición, esencialmente TeC, ERC y CUP, reclamó la necesidad de tomar decisiones en torno a la posibilidad de iniciar su revisión y se encontró de primeras con la reacción negativa del teniente de alcalde de Territori i Sostenibilitat, Marc Armengol, quien aseguró que el actual POUM es un documento plenamente válido y con recorrido para seguir marcando el desarrollo urbanístico y con él, el social, el económico, el cultural o incluso el deportivo de la ciudad; sobre el territorio se establecen prioridades y se da curso a las decisiones políticas que inciden sobre el perfil y las apuestas de la ciudad.
Los argumentos esgrimidos por la oposición eran tan válidos como los del concejal Armengol. Para unos, el POUM de 2003 es obsoleto puesto. La cuestión no hubiese pasado de una pura discusión política, dispar en los criterios y de cierta enjundia debido a lo importante del debate. Pero hubo un comentario del concejal aparentemente inocuo que condiciona el juicio sobre el discurso del equipo de gobierno. Armengol dijo algo así como “si ustedes lo consideran podemos empezar a hablar”. Habría que saber si el comentario fue una mano tendida al diálogo o producto de una indecisión. Javier González, de Ciudadanos, lo interpretó como inseguridad y le saltó a la yugular sin dudarlo.
La cuestión está en discernir si realmente es necesario, prudente, posible y factible abrir la revisión del POUM. Alguno de los que ahora piden esa revisión, manifestaban públicamente hace pocas semanas sus dudas sobre la idoneidad del momento. Pero, antes de eso, la cuestión está en quien debe decidir que el debate está abierto, quien debe liderar la iniciativa que ha de diseñar el fondo y la forma de la ciudad para los próximos años. Tenemos que decidir si el plan de ordenación de 2003 tiene todavía vigencia o realmente está obsoleto, pero se debe decidir desde la convicción y el posibilismo y llegados a ese punto es buena la mano tendida y mala la indecisión.
El pleno es, por cierto, un lugar muy adecuado para ese y otros debates. Es el máximo órgano de representación política, el lugar en el que adquiere forma y formalidad el trabajo de gobierno y oposición. La altura política de los debates se mide por la seriedad, la preparación y el rigor a la hora de afrontar las sesiones. Es esa rigurosidad la que dignifica el plenario y la que proporciona la confianza de la ciudadanía. Algunos episodios de la sesión del jueves nos recordaron que el pleno debe ser solemne como sinónimo de seriedad y no de suntuosidad y que en ese concepto se incluye también lo formal. La pura mecánica del pleno es formalidad y ya han pasado varios cien días.