Los alumnos del colegio Ramón Pont tuvieron ayer la oportunidad de conocer de primera mano el drama de los refugiados. Escucharon la historia de Ali y Farouk, dos jóvenes sirios que tenían una vida cómoda en un país que tuvieron que abandonar en una huida incierta hacia la seguridad de Europa; escucharon cómo la guerra les expulsó de su tierra y también de la sociedad, de cualquier sociedad. También pudieron comprobar cómo hay personas que se refugian de la violencia humana. No es necesario que haya una guerra oficialmente declarada para que una familia deba abandonar su país por miedo. Ese fue el caso de Omar y Esperanza, un matrimonio Salvadoreño que puso rumbo a España por el temor a no poder garantizar la seguridad de sus hijos en las calles de su ciudad.
La celebración del Día de la No violencia y la Paz ha inundado de actividades los colegios de Terrassa. Es una buena forma de transmitir a los más jóvenes el valor de la paz, de la seguridad, de la democracia. En especial, el acto en el Ramón Pont tiene la virtud de poner cara, nombre y apellidos a un drama que vivimos de lejos y contra el que probablemente, con el paso del tiempo, nos estemos impermeabilizando. Europa no ha solucionado el problema de los refugiados, se lo intenta quitar de encima y de la misma forma que dio la espalda a Alemania dejando que cargase con la responsabilidad de la acogida, mira hacia otro lado, no sólo ante lo que está ocurriendo en Oriente Medio, sino ante lo que pasa en el Mediterráneo o en Grecia o en Italia o en el norte de África.
Y por si fuese poco, el nuevo presidente de Estados Unidos promulga un veto migratorio de consecuencias imprevisibles que pone en cuestión la esencia misma de los valores de su país. Con la excusa del terrorismo, Donald Trump ha venido a dinamitar las más elementales convenciones internacionales tanto económicas como sociales del mundo civilizado. Cualquier discriminación es peligrosa e injustificada, pero que su objeto tenga que ver con la religión y con la más seguida del planeta adquiere una dimensión extraordinaria.
Es difícil prever cómo evolucionará el mundo con un Donald Trump que con sus primeras decisiones ha puesto de manifiesto toda una declaración de intenciones sobre cómo será su política interna y externa y en ella no hay lugar para la legalidad internacional ni los valores que rigen la convivencia entre estados. El problema es si estamos ante una decisiones de máximos o de mínimos.