La actual situación económica está enmarcada en una tremenda fragilidad. La crisis más feroz ya está superada, pero la recuperación no acaba de llegar en toda su plenitud. Existen numerosos indicadores que apuntan hacia el cambio definitivo de tendencia, en positivo. También parece del todo asumido que el nuevo marco es completamente diferente al que existía en el pasado más eufórico en términos económicos o en el período anterior. La actual situación es diferente y persiste la sensación de una gran debilidad que puede provocar, en cualquier momento, de nuevo, todo un cataclismo.
Ayer, el Servicio Público de Empleo Estatal dio a conocer un dato terrible, que ilustra perfectamente este escenario de incertidumbres y miedos: uno de cada cuatro contratos que se formalizaron en el mes de noviembre no tenía más de una semana de duración. Demoledor. Durante el penúltimo mes del año se firmaron 1,74 millones de nuevos contratos, de los que sólo 154.854 tenían una duración indefinida, lo que significa que los 1.588.854 restantes eran temporales, eso es el 91% del total. Así, nueve de cada diez incorporaciones en noviembre tenían un carácter temporal. Estos contratos de muy poca duración se dieron principalmente en trabajadores muy jóvenes, de entre 20 y 29 años, en concreto 162.047 contratos, seguidos por los de 30 y 39 años con 128.028. Estas cifras son la constatación más clara del período de fragilidad en el que nos encontramos inmersos. La temporalidad se ha adueñado de las nuevas contrataciones y disfrutar de un empleo indefinido parece que se ha convertido en un verdadero lujo.
Los sindicatos llevan meses advirtiendo sobre este nuevo marco de relaciones laborales y la precariedad que conlleva. Debemos empezar a asumir definitivamente que las empresas han realizado todos los ajustes de plantilla necesarios y que optan por un sistema de flexibilidad para afrontar los períodos en los que tienen una mayor demanda y reforzar la cifra de trabajadores por días o semanas. Las dudas se centran precisamente en estos empleados que no disfrutan de unas mínimas garantías de estabilidad laboral y ello comporta que difícilmente tomen decisiones en otros ordenes de la vida a largo plazo. La temporalidad se instala en sus ocupaciones pero también en sus vidas. ¿Qué futuro puede plantearse un joven que trabaja una semana sí y cuatro no? Debemos realizar un cambio mental y vital, porque sino, difícilmente, asumiremos este hecho.