El mundo entero parece haber contenido la respiración ante el triunfo del republicano furibundo Donald Trump.
Habrá que ver si es tan fiero el león como lo pintan. Debe tenerse en cuenta que, siempre que han ganado los republicanos en EE.UU., la izquierda de todo el mundo se ha rasgado las vestiduras, adolezca el candidato de las virtudes o defectos que sea, aunque hay que reconocer que, en este caso, su partido se ha dejado meter un gol, cargado de "marrullería", malos modales y brusquedades sin límite. Pero esto es, por desgracia, un signo más de los tiempos que vivimos y, desde ya, ése es el hombre más poderoso de la tierra, democráticamente elegido.
Por lo que sabemos de él, los europeos y especialmente nuestros políticos sí que deben tener algunos motivos de preocupación. Pero, en parte, ya era hora. Toda esa ristra de políticos y altos funcionarios que dictan nuestras estrecheces, desde su opulencia e inutilidad, se tendrán que poner las pilas y empezar a meditar cómo se construye una verdadera unión, haciendo los deberes que no han hecho en su vida, vendiéndonos la idea, durante décadas, de que vamos hacia una integración, cuando en realidad cada país va cada vez más "a la suya". En los momentos clave, en nuestra Unión Europea, casi siempre resultó difícil saber quiénes opinan desde su responsabilidad, quiénes sólo desde la insensatez y quiénes tienen el derecho y la obligación de ser interlocutores oficiales.
Por lo que respecta a la mayor democracia del mundo, cuyos ciudadanos son los únicos que tenían derecho a decidir, por mucho que les pese a tantos gobernantes o aspirantes de países cuasi-bananeros, seguramente han visto durante los últimos ocho años demasiados hechos que no encajaban bien con las promesas realizadas, o con los intereses de su país, especialmente a nivel internacional. No olvidemos que, si bien fue Bush el que prendió la mecha iraquí, durante el mandato de Obama la actual candidata demócrata fue quien tuvo la brillante idea de aquello que llamaron Primavera Árabe y que, sin meditarlo mucho, puso en práctica su jefe. Sus resultados y consecuencias siguen estando a la vista. También durante el mandato de Obama, se ha complicado el enorme avispero que va de Turquía a Afganistán, fueron poco eficaces contra la barbarie yihadista y se complicaron los pactos que hubieran podido evitar esas riadas de inmigrantes que llevan demasiado tiempo en condiciones infrahumanas y de cuya magnitud Europa, que también ha puesto pocas ganas en resolver el fondo de la cuestión, ni sabe, ni puede ni parece tener el menor interés en resolver.
Pero si un tema tiene pinta de cambiar EE.UU. a nivel internacional, con el nuevo presidente, es ese constante papel de protectores de Europa que vienen ejerciendo desde los años cuarenta, con la total despreocupación de los propios interesados, unas veces por falta de interlocutores claros, otras por falta de acuerdo entre sus miembros, algunas porque los europeos ya nos habíamos acostumbrado a ello, y en casi todos los casos recibiendo los americanos como compensación no sólo la ingratitud, sino casi siempre la mala imagen y el desprecio generalizado.
También puede ser que noten el cambio algunos mandatarios sudamericanos, tan acostumbrados a la ofensa gratuita como al incumplimiento de los compromisos internacionales.
En resumen, parece difícil hacer previsiones, pero bien pudiera ser que Estados Unidos, ejerciendo un poco más su poderío, imponga el cumplimiento más estricto de las normas internacionales y es de desear que su comportamiento futuro se ajuste más al de los primeros días de presidente electo que al de tantos shows y groserías del pasado, cosa más que probable habida cuenta del constante juego de contrapeso que allí ejercen los distintos poderes y que para nosotros deberíamos desear.
A pesar de todo ello, son los norteamericanos los únicos que tenían derecho al voto, los que mejor le conocían y a los que, durante los últimos años, el equipo demócrata saliente les ha ido creando problemas por medio mundo, de muy difícil solución, a la vez que han sentido cómo se degradaba su orgullo de ciudadano americano, concepto que los europeos y los españoles, por desgracia, jamás hemos sentido ni entendido.
Llama la atención ver cómo muchos ciudadanos de medio mundo, más amigos de la calle que de la urna, están opinando con sentido de propiedad sobre algo que no nos incumbe, mientras callaron como muertos cuando Vladimir Putin, confabulado con su amigo Mijail Medvédev, aniquiló la democracia en Rusia, turnándose indecentemente en los cargos de presidente y primer ministro, para "torear" la ley y perpetuarse en el poder, o cuando ha cometido todo tipo de disparates contra cuantos se le han puesto por delante.
Resulta curiosa esa recogida de millones de firmas, llevada a cabo estos días en medio mundo, por esa organización conocida como Ciudadanos del Mundo, en cuyo comunicado se permiten hacerle saber al señor Trump que no permitirán que lleve a la práctica sus intentos por dividirnos a la vez que rechazan su invitación al odio, el miedo y la intolerancia. Como si no hubieran tenido labor por delante antes de la llegada del republicano. ¿Se sabe qué han hecho? Vamos, que la nueva política está superando sus últimos derroteros, sustituyendo la calle por las misivas tan multitudinarias como para adjudicarse ese calificativo de Ciudadanos del Mundo, desde donde pretenden anular la voluntad de la mayor y más ejemplar democracia del mundo. Esperar y ver es lo único que nos toca, aparte de empezar ya a procurar unir esfuerzos y voluntades para intentar solucionar alguno de nuestros múltiples problemas caseros, es decir, municipales, de comunidades autónomas, comarcales, estatales o europeos.
Tenemos en casa una situación de algarabía, que se va perpetuando, incluso después de conseguir formar gobierno, como para dar lecciones a los países más serios del planeta.