Aunque también entre el mundo empresarial abunden a veces los ejecutivos que abusan de su posición y cometen tropelías, ojalá los métodos utilizados en la mayoría de las grandes empresas, nacionales y aún más internacionales, fueran plagiados por nuestros políticos.
Para empezar, una de las causas que más retuercen y tergiversan las decisiones en el mundo político corre a cargo de las distintas filosofías o signos políticos de los partidos.
En las empresas que logran tener un buen equipo directivo, no es habitual que se contrapongan intereses partidarios en las decisiones esenciales como sí se supedita casi todo en el mundo político.
Claro que ya se empieza porque los candidatos no tienen opción a utilizar la charlatanería para convencer a sus “electores”, sino los conocimientos que se les conocen, la experiencia y resultados demostrados con anterioridad y las ideas y el encaje que se le suponga para ejercer el cargo para el que se le escoge. Y en ello irán incluidas funciones que difícilmente pasan por la mente de nuestros políticos, por mucho que a veces nos lo quieran hacer creer.
La prioridad será la consecución de unos objetivos que seguramente el propio interesado y sus compañeros tendrán perfectamente definidos y consensuados. Esos objetivos se deberán lograr con el menor coste posible, porque el primer objetivo de toda empresa es ganar dinero, y ya no por ambición, egoísmo o ganas de hacerse ricos, sino porque el beneficio será la base sobre la que se sustentarán, aparte de unas mejores remuneraciones al obrero y a los socios, una mejor y mayor investigación, un mejor equipamiento técnico de la empresa y una mejor formación del equipo humano.
Prueben a repasar nuestro complejo e inmenso mundo político en busca de alguno de los criterios y objetivos antes mencionados…
Casi todos los políticos empiezan por tener unos objetivos personales, cuando menos dispersos, respecto al resto del equipo (aquí multitud de equipos y todos a su aire) y lo peor es que ni buscan objetivos empresariales -la empresa es el territorio sobre el que tienen atribuciones- ni les importa que se pierda dinero -se suben impuestos o se cubre el déficit endeudándose- y todo ello siempre después de haber hecho los presupuestos al revés, es decir, se fija primero cuánto vamos a gastar para luego ver con cargo a qué y quiénes se cubre la financiación, además, haciendo corto siempre.
No es extraño que últimamente, en algún país de los más nefastamente gestionados, se haya echado mano de “ejecutivos” independientes, pero díganme ustedes ¿para qué esa multitud de inútiles en el oficio de gestionar políticamente, para qué tantas duplicidades en las responsabilidades, para qué tantas elecciones con sus disparatados costes y meses y meses de sueldos astronómicos si no son capaces siquiera de dar forma a un equipo medianamente válido?
Ahora que llevan tantos meses sin justificar sus abultados sueldos y prebendas, ¿no sería lógico que cobrasen solamente el paro, hasta que logren darse o quitarse el nuevo empleo?
De vez en cuando, no puedo evitar echar un vistazo a toda esa retahíla de políticos que no aguantaron las normas y formas en que funciona ese mundo, y pienso que, voluntariamente, sólo se han ido los válidos, que, por otra parte, saben hacer otras cosas y, sin necesidad de puertas giratorias, ni poltronas tan inútiles como perpetuas, son capaces de ganarse la vida con las profesiones que tienen y ya supieron ejercer.
Qué vergüenza da como ciudadano ver cómo jovencillos de veinte o veintipico años, por lo general hijos de papá, que no han hecho más que “merodear” por el partido, son presentados como aspirantes a liderar un partido al que le sobra historia, gentes con sentido común y experiencia, y que son “desahuciados” miserablemente, porque el objetivo fundamental es que la “saga” continúe.
¡Mal, muy mal, lo hacen la mayoría de los que logran sillones privilegiados!