Una señora de edad avanzada se hallaba de viaje, pasando una temporada en Andalucía, cuando llegó el momento de realizar la declaración de renta. La encargó en una gestoría de allí y se puso en paz con Cristóbal Montoro, o al menos eso pensaba ella. Debía pagar unos doscientos euros. A ella le extrañó porque normalmente pagaba cada año entre seiscientos y ochocientos. Preguntó al gestor y le dijeron que todo era correcto. Al cabo de unos meses recibió una notificación de la agencia tributaria mediante la que le comunicaban que su declaración no estaba bien hecha y tenía que abonar cuatrocientos euros. El problema era que una desgravación que en Andalucía opera, en Catalunya no opera igual.
La Agencia Tributaria actuó de forma inmediata contra la señora en los términos exactos que marca la ley. Ella no alegó en ningún momento que desconocía la forma como se hacía la declaración y que en cualquier caso ella no la había hecho. Existió un desconocimiento por parte de la contribuyente sobre cómo se realizaba la declaración, pero en este caso, la ausencia de dolo, el desconocimiento, no exime del cumplimiento de la ley. No era culpa suya, pero era su declaración, su renta y llevaba su firma. La señora soltó unas lágrimas leyendo la notificación; aquello significó un durísimo revés para una economía basada en una pensión de 600 euros mensuales (debe tributar porque tiene un piso alquilado). Pagó con dignidad, la misma que le impidió sentirse sometida a un ensañamiento por parte de la Agencia Tributaria, que aplicó sus criterios de forma inflexible.
En proporción a sus rentas, ahorros y patrimonio, es poco probable que esos 400 euros resistan la comparación con los algo más de cuatro millones que ha tenido que pagar Leo Messi como consecuencia del delito fiscal que ha cometido. Repitamos el concepto porque en ocasiones parece que perdemos el contacto con la realidad: delito fiscal. Messi ha contravenido la ley, consciente o inconscientemente, pero se la ha saltado. Lo han juzgado y lo han condenado. Le han suspendido la pena, como le ocurre a otros muchos ciudadanos, y la historia se ha acabado.
No es cierto, todos no somos Messi. Lo que le ha ocurrido no debe provocar animadversión contra el jugador, ni el hecho de que esté pasando sus vacaciones en un lujoso yate debe agravar nuestro juicio sobre su persona, pero de ningún modo somos todos Messi. El FC Barcelona se equivoca con su campaña y puede obtener un efecto contrario al persigue.