Se supone que nuestra clase política tiene la intención de cobrar sus sueldos y prebendas durante este año, bisiesto y siniestro, que nos están ofreciendo y en el que, para montar el circo que nos están mostrando, bien podrían haberse declarado en año sabático; disfrutaríamos de partidas importantes de ahorro y de una mayor serenidad general.
Los personalísimos, en especial de dos señores, tienen bloqueado no sólo nuestro funcionamiento político, sino pendientes de un hilo todos nuestros indicadores económicos, la prima de riesgo, la in- versión extranjera y la posibilidad de que, si siguen en su obstinación y se aplaza la posibilidad de formar gobierno, incluso hasta más allá del verano, se ponga en evidencia que España es la mayor cruz con que carga hace tiempo la Unión Europea.
Es incomprensible que, constantemente, estén intentando convencernos de su espíritu de servicio, sus esfuerzos y su voluntad, para con el ciudadano y el país, mientras dejan traslucir claramente que la traba central con que tropieza el pacto más lógico y tranquilizador, tanto para nuestros protectores europeos como para los necesarios inversores internacionales del momento, la constituye la vileza y egoísmo de dos señores, que además deberían saber que sus cargos son incompatibles con el insulto y más aún con su negativa a hablarse y entenderse.
Y lamento que muchos lectores no estarán de acuerdo con esta lógica, pero cualquier otro pacto, además de la imposibilidad de financiar los programas anunciados, crearía problemas constitucionales, precisamente en este momento en que podemos tener una de las pocas posibilidades de, con los diálogos que se consideren necesarios, dar solución legal a cuantos problemas requieren mayoría parlamentaria cualificada, igual que sería el momento de consensuar cuantos temas esenciales (enseñanza, sanidad, independencia de la justicia, reforma laboral, pensiones…) sirven desde hace años de objetos arrojadizos entre partidos, mientras, los que reciben las pedradas son el alumnado, los pacientes, los pensionistas, etcétera.
A pesar de la lógica de las cosas y de lo fáciles que resultarían los acuerdos en temas básicos, especialmente si los comparamos con los problemas que generan y generarán las posiciones divergentes, he de confesar que la necedad demostrada en el pasado deja poco lugar para la esperanza.