Quizás la perversión mayor que vienen soportando las empresas cotizadas en Bolsa, y no solamente las del IBEX, como a veces se comenta, y por tanto sus accionistas, en especial los minoritarios, es que son ninguneados a placer por sus presidentes y equipos allegados.
Viene sucediendo desde hace décadas que la mayoría de las empresas, y especialmente los bancos, facilitado el hecho por su red de oficinas, cuando convocan una junta general, su llamado núcleo duro, casi siempre capitaneado por su presidente, acuden a ella con delegaciones suficientes para decidir cuanto deseen, ya tengan muchas, pocas o incluso ninguna acción de su propiedad.
Lo que en la política consiguen nuestros partidos con promesas que muchas veces no tienen posibilidad alguna de cumplir, en las instituciones de que hablamos, las promesas son sustituidas por algo tangible para el accionista que delega su voto.
Un sencillo bolígrafo, una cajita con media docena de bombones o un libro vistoso son suficientes para que una mayoría aplastante de socios desfile durante los días anteriores a la junta a intercambiar delegación por obsequio.
Con tan burdo sistema, amparado en la ceguera de los delegantes, el presidente de turno suele asegurarse la mayoría para cuantas decisiones convengan o no a la sociedad y sí a sus intereses, empezando por la aprobación de los sueldos astronómicos que se vienen fijando la mayoría de consejeros.
En tiempos no muy remotos, hubo un presidente de uno de los mayores bancos que presidió la entidad durante más de una década sin tener una sola acción a su nombre.
Otro caso sonado era el de aquel ilustre "patricio" barcelonés, presidente de dos de las sociedades cotizadas más rentables, que, ante las quejas rutinarias de los minoritarios por el escaso dividendo, con tono paternalista soltaba cada año frases como: "Recuerden los accionistas que este año les hemos dado…", hasta que un año hubo uno que había cobrado el dividendo, pero no había recibido las dádivas del presidente, y esperaba poderlas retirar al final de la reunión…
Una vez lograda la mayoría, con la facilidad que lo hacen -por cierto, deben saber quienes delegan que son ellos los que pagan el obsequio-, ya no viene de perseguir otros objetivos, a veces pintorescos, y en no pocos casos quizás podrían calificarse, cuando menos, de ilícitos.
Desde el sospechoso nombramiento de consejeros a políticos que acaban de dejar su cargo, en pago de sabe Dios qué favores, hasta el intercambio de personajes con altos cargos y amistades demasiado conocidas; dicho de otra forma, si tú das "enchufe" a fulano o "zutana" yo te devuelvo el favor con quien me digas. ¡Haberlos, haylos y en demasía!
Y ni siquiera los casos más escandalosos suelen tratarse en las juntas, y los hay tan llamativos como el que atañe a algún personaje de la nobleza que, empeñada en hacer creer que no se entera de nada, una de las grandes entidades no sólo le viene proporcionando un sueldazo desde hace años, sino que cuando las circunstancias lo requieren le adjudica destino internacional, pagando, además del sueldazo, vivienda "digna", colegio selecto para sus hijos… ¿Cómo deberían calificar el hecho los accionistas minoritarios que pagan o dejan de cobrar?
Los casos similares ya abundaban, pero recientemente con la desaparición de las saqueadas cajas de ahorros se viene observando una mayor tendencia en el resto de empresas.