Hay gestos, especialmente en política, que trascienden el propio discurso y premeditadamente o no trascienden el mero discurso para convertirse en un potente mensa je que cale en la retina e incluso en la conciencia del receptor. En los últimos días hemos asistido a muchos. El gesto de Artur Mas de dar su “paso al lado”, a contrapelo o no, de forma forzada o tácticamente situada en el tiempo va a pasar a la historia como el sacrificio personal por un país. Seguramente se pueden encontrar argumentos que resten valor al gesto, pero de ninguna manera ante la historia. Otros son aparentemente más superficiales, pero trascendentes por su significación simbólica y también por las posibles consecuencias. Tenemos ejemplos como las declaraciones independentistas de los ayuntamientos; la elección de una fotografía diminuta del rey para “cumplir” con la ley en las salas de plenos o la fórmula elegida para prometer el cargo del nuevo presidente de la Generalitat Carles Puigdemont, sin hacer referencia al rey y a la Constitución.
Con igual carga simbólica, pero con menos consecuencias, digamos legales, puede ser el gesto del Rey Felipe VI de negar la recepción a la presidenta del Parlament de Catalunya así como el agradecimiento por los servicios prestados a Artur Mas en el escrito de cese del ya expresidente y designación de Puigdemont. La respuesta de Mas en su discurso de despedida en Saló Sant Jordi fue extremadamente elocuente, poniendo en evidencia el “mal gesto” que tuvo la Casa Real o del Gobierno a través de ésta.
Un diario madrileño, a través de su web, organizó ayer una encuesta sobre si sus lectores consideraban correcto o no la presencia de Carolina Bescansa (Podemos) en el hemiciclo con su hijo de corta edad. A media tarde, el ochenta por ciento de los participantes consideraba que no e incluso un articulista se cuestionaba si se trataba de una reivindicación o mero postureo, esa palabra tan de moda hoy para desmerecer gestos. En ese sentido, parecía mucho más postureo el de Pablo Iglesias por la mañana con un enfado sobreactuado en su crítica al acuerdo del PSOE con PP y ciudadanos para situar en la presidencia del Congreso a Patxi López. Los gestos se interpretan desde la individualidad y hay veces que no obtienen el objetivo que el emisor pretende e incluso se vuelven contra él, perdiendo el control de su mensaje (twitter sabe mucho de eso). No obstante, el verdadero problema es que la política se reduzca al gesto.