A veces, cuando lo que te gustan son las cosas de calidad media, da un poco de vergüenza confesar que las aprecias. Ya saben, como cuando estás en un restaurante de cinco tenedores y tu querrías una hamburguesa y una Coca-Cola. A mí eso no me pasa, ya saben que soy vegetariana, pero con los bombones y el turrón ya hace años que tengo que admitir que Ferrero Rocher y Suchard me pueden en las sobremesas. El disimulo en mis atracones se justifica, además, si he acabado el segundo plato diciendo que ya no me cabía nada más en la barriga y que me era imposible repetir. Por suerte, la gula es compartida por el resto de comensales, así que creo que no me juzgan con severidad. Pero estas navidades dispongo de una razón que se suma al gusto del chocolate combinado con el arroz crujiente y es la consigna del anuncio de Suchard: “En Navidad, todo lo que necesita un niño es otro niño”. Es cierto que la pobre madre del anuncio no sale muy beneficiada. A mí me hubiera gustado más que ella también participara del comportamiento infantil que muestra el padre con el hijo, no es justo que el sambenito de la madurez femenina se nos imponga eternamente. Yo que, según muchos, suelo ser seria, tengo grandes problemas para convencer a la gente, por ejemplo en una boda, de que no estoy ebria. Se sorprenden tanto de verme bailar desvergonzadamente (ridículamente dirían otros), que no se pueden creer que lo haga en pleno uso de mis facultades. Lo mismo me pasaba cuando siendo pequeña íbamos de excursión al campo, yo que en clase estaba en el Top 5 de las marisabidillas antipáticas, era en medio del monte una cabra salvaje. Creo que mis compañeros me preferían de ese modo, pero sospecho que no así mis profesores.
Pero, volviendo a la Navidad, no hay mejor momento para relajarse un poco de todo el año, también de las vacaciones adultas del verano, con sus cruceros, sus visitas a museos, sus gintónics y sus lecturas de libros históricos, mientras nos bronceamos en la playa. Ahora te puedes permitir leer un cuento con dibujos, hartarte de chocolate a la taza, montar un pesebre loco y quedarte embobado delante de los escaparates de las tiendas bonitas, de los que salen villancicos cantados por Ella Fitzgerald. Si, encima tienes hijos, dispones de material y excusas de sobra para jugar. Si han olvidado lo divertido que resulta hacer churros con plastilina, montar un puzle, poner las vías de un tren eléctrico, construir con Lego, recrear una selva con Playmobils, colorear un cuaderno medio olvidado, salir en bici por la ciudad acompañado de un triciclo, hacer trampas al parchís o coreografiar una canción de Disney vestidos en pijama, aprovechen estas navidades para recordarlo. Éstas son las fiestas de los niños, así no lleguen al metro de altura o, al contrario, estén cobijados en un cuerpo que sobrepase el metro setenta y cinco, usualmente vestido de traje y corbata o con falda recta y tacones.
Olvídense de ponerse cremas antiedad, incluso de hacer deporte diario, lo mejor para envejecer muy tarde es sacarse, de vez en cuando, las capas de adulto rancio que a copia de años se han incrustado en nuestra piel y, sin duda alguna, la manera ideal de lograrlo es disfrutar, como un niño y con niños, de la Navidad.
¡Felices fiestas!
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