En las encuestas últimas publicadas, no se vislumbra con claridad la posible formación de un gobierno estable, ni de uno ni de otro color.
Estamos en una situación mucho menos boyante de lo que nos cuentan nuestros gobernantes, aunque sí se puede hablar de "paulatina recuperación de la actividad".
Si bien es cierto, como dice el señor Rajoy, que no fuimos "rescatados" como algunos de nuestros vecinos, no lo es menos que las ayudas a la banca y el constante "chorreo" de liquidez del Banco Central Europeo, a coste casi nulo, fue lo que permitió salvarnos de una catástrofe sin precedentes.
Además, la estrepitosa bajada del precio del petróleo, la fuerte devaluación del euro y el "torniquete" fiscal aplicado nos han permitido ir salvando la situación, aunque con poca holgura, ni siquiera en el tema del paro, pues la mejoría pregonada lo ha sido a costa de la baja de sueldos y de que se computa como empleo el parcial; teniendo en cuenta las horas trabajadas, el empleo ha seguido cayendo durante la legislatura nada menos que el 14%.
Tenemos por delante además otros retos tan dispares como el secesionismo y el yihadismo, a cuyas soluciones difícilmente podrá colaborar, con la rapidez necesaria, un gobierno débil o de composición complicada ideológica o programáticamente.
La confianza inversora, tanto nacional como internacional, se está tambaleando en las últimas semanas, sólo por obra y gracia de las encuestas. Es éste un tema que valora en sus justos términos sólo un exiguo porcentaje de votantes, sin que la gran mayoría del electorado sea consciente de la importancia que para nuestro inmediato futuro este factor va a tener.
No cabe esperar que, durante la legislatura que llega, nos sigan soplando los vientos (paridad del euro, precios petrolíferos, liquidez y tipos de interés…) más a favor de lo que lo han hecho durante la pasada y, a pesar de ello y de los recortes en sueldos y servicios públicos, nuestra deuda pública ha subido de forma espectacular, y el déficit sigue sin controlarse.
Tampoco será fácil llegar a acuerdos de máxima urgencia en materias de educación, pensiones, reforma constitucional y la también urgente reforma de la estructura política y administrativa del Estado, sus enchufes, duplicidades e ineptitudes, que forman una burbuja espantosa, de donde debería salir el ahorro necesario para equilibrar nuestras cuentas, atendiendo mejor las necesidades más perentorias.
No es fácil que la mayoría de electores pueda depositar su voto -sobre todo oyendo lo dicho en las campañas electorales- para lograr que quienes decidan nuestros designios en los próximos cuatro años saquen adelante buena parte de lo antedicho, única forma de generar confianza, elemento tan etéreo como fundamental a la hora de crear empleo, algo que, por mucho que insistan nuestros políticos, nunca se genera cuando ésta escasea.
Nuestro futuro sigue siendo poco halagüeño aun haciendo los deberes, pero no creamos que el desastre está ya conjurado. O convencemos a los inversores de que nuestras cuentas cuadran, sin ahogar más al ciudadano, o la desconfianza se ocupará de devorar el escaso margen que sigue habiendo entre la situación actual y el desastre. Sólo por eso, los que más prometan pueden ser los más peligrosos.