No, no acabará bien. Hace pocos días, en un programa televisivo, entrevistaban al semiótico y escritor italiano Umberto Eco sobre su último libro. Hablaba de lo que él denominaba, la “máquina del fango”. Venía a decir que existía una forma muy sutil de desacreditar a base de comentarios o revelaciones aparentemente vanales que iban generando una opinión negativa del destinatario. Con respecto a Mina y especialmente de Agbar, accionista de la empresa terrassense, no se trata de algo sutil; el tono de la crítica está subiendo de forma considerable y quizás haya llegado el momento de reflexionar sobre el ruido que empieza a envolver el final de la concesión del suministro del agua en Terrassa. En algún artículo de opinión que ha circulado últimamente por las redes sociales se hacen acusaciones de cierta gravedad que contribuyen, al menos, a enervar el sosiego que el asunto requiere. Se trata de una cuestión de vital importancia para la ciudad y de una trascendencia no únicamente política y administrativa, sino de servicio e incluso ideológica que quizás no valoramos.
Es peligroso instalarse en clichés desde los que no pensar en otra cosa que no sea el ataque o la defensa. En ocasiones es bueno dar un paso atrás para ampliar nuestro ángulo de visión. El ruido afecta a la perspectiva y llega a distorsionar la realidad. La ciudad hay que pensarla. No hay nada inamovible ni nada que se tenga que cambiar porque sí y los servicios son elementos fundamentales de esa reflexión. Es legítimo que una empresa privada quiera mantener su actividad en un sector en el que ha trabajado desde su creación. No olvidemos que Mina fue creada precisamente para el cometido que viene cumpliendo desde el siglo XIX y que es la empresa más antigua de España. De la misma forma es legítimo que personas, partidos políticos y entidades quieran que se tenga en consideración que la gestión pública del agua es posible en base a criterios alejados de presupuestos puramente empresariales.
La situación es compleja, mucho más de lo que se pueda pensar. El proceso que se ha iniciado tan tarde y que tanta polémica está creando puede tener de positivo, si conseguimos encarrilar el debate por los cauces del diálogo sensato, permitirnos conocer e incluso decidir. El peligro está en la precipitación y en la posibilidad de que se puedan tomar decisiones, en un sentido o en otro, con insuficientes elementos de juicio o desde una perspectiva sesgada.