Me siguen tentando los anuncios de juguetes previos a la Navidad. Después de un parón publicitario en el Disney Channel estoy por redactar la carta y pedir muñecas. Luego pienso que no puede ser, que tengo 31 años, y que por eso puedo ir directamente a la juguetería a comprarme lo que me plazca sin tener que pedir permiso a los padres, ni esperar haberme portado suficientemente bien para que Papá Noel me conceda lo que pido. Ciertamente, entro mucho en las jugueterías, los sábados por la tarde sobre todo, cuando, en ruta hacia las librerías del centro, no encuentro otras tiendas que me distraigan más. Eso sí, salgo sin haber comprado nada y con la firme determinación de que estas visitas tendrán que acabar cuando tenga hijos, o no podré resistirme a adquirir todo lo que pidan, con sus caritas de pena y mi perfecta excusa para tener esos juegos de plastilina que tienen toda la pinta de ser más divertidos que otras aficiones hogareñas aptas para adultos. Pero soy mayor y hay otras cosas que de niña nunca hubiera dicho que me apasionarían, como la ópera, por eso este año yo lo que quiero es ir al Liceu a ver "Lucia di Lammermoor" con el tenor lírico ligero Juan Diego Flórez.
Suelo decir que la música me deprime, a veces querría corregirme ante la gente que me ve rara diciendo que existen algunas excepciones a tan triste condición y que la ópera es una de ellas, pero temo que eso no mejore la imagen que mis interlocutores tienen de mí. Tuve que enterrar todos los discos de Ben Harper para no acabar en la consulta del psicólogo por un ataque de melancolía y, entre otras cosas, escojo las cafeterías en las que pasar un rato leyendo por si tienen un hilo musical adecuado a mi hipersensibilidad.
En 2008, antes de "Òpera en texans" i de "This is opera", de Ramon Gener, yo ya le había hecho comprar a mi madre toda la colección de "Los clásicos de la ópera 400 años" que ofreció algún periódico que ya no recuerdo y que me permitió acercarme al mundo de este "espectáculo sin límites" que conjuga canto, música orquestal y drama. La primera ópera que me impresionó y que escuché hasta la saciedad en el coche -con copilotos asustados ante mis intentos de parecer una soprano- fue "Lucia di Lammermoor", de Donizetti. Luego me acerqué a las óperas bufas de Mozart y de Rossini y me lo pasé en grande, yo sola en mi habitación, estirada en mi cama, con el CD puesto en la minicadena (¿se acuerdan de cuando usábamos esta palabra?) y alternando la lectura del libreto en italiano y español. Con el tiempo y por casualidad me encontré con Roger Alier y Marcel Gorgori en la radio y me aficioné también a sus voces y a sus conversaciones distendidas, pero con todo lujo de detalles rigurosos y anécdotas que sólo los expertos saben. Lo único malo que tienen es que hablan de ir al Liceu como si la entrada costara un paquete de pipas.
Para acabar, si usted es una de esas personas que creen que la ópera no es de su gusto, quizás no le haya dado una oportunidad y se esté perdiendo uno de los mejores placeres artísticos de la vida. Pruebe a escuchar, o mejor a ver, a Rod Gilfry en el "La ci darem la mano" de "Don Giovanni" o a Pavarotti en "Una furtiva lagrima" de "L’elisir d’amore" y luego, confiéselo, tenía una idea equivocada de lo que era la ópera y le han entrado unas ganas enormes de (ahorrar para) ir al Liceu.
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