No nos hacía falta estudiar tanto, como dice el título del libro de Marta Rojals. No tendríamos que haberlo hecho para acabar como estamos, todavía más frustrados que los que nunca finalizaron la ESO. No era necesario ser el mejor de la clase. Solíamos pensar que el éxito académico era un indicador fiable del éxito laboral, pero estábamos equivocados. Creíamos de veras que se trataba de ir aprobando con buena nota los exámenes, hasta hacernos adultos, para poder acceder sin obstáculos a un trabajo acorde con los méritos del currículo, que se suponía era la prueba de nuestros conocimientos y competencias, pero no siempre es así, o incluso quizás nunca es así, dado el paro entre gente altamente cualificada y el nivel intelectual -por no decir ya humano- entre políticos y otros altos cargos que se lucen con manifestaciones dignas del Mundo Today.
No se nos avisó a tiempo de que no bastaba con aprovechar aquello que se nos daba bien y nos gustaba, porque hay cosas que el mundo no quiere, así sean maravillosas, y en cambio hay cosas que todo el mundo desea y paga dinero por ellas, aunque yo no las aceptaría ni regaladas, como esas sandalias de moda con suela ortopédica, suerte que ya se acaba el verano, aunque con estos precedentes temo la moda de la nueva temporada otoño-invierno. Me ha parecido ver de nuevo pantalones campana en los escaparates. Si las tendencias siempre vuelven, les juro que yo estoy esperando las de principios del siglo XX para poder ir a gusto como Karen Blixen en “Memorias de África”, yo por Terrassa.
A veces veo el programa “El jefe” y no debería, porque aún me convenzo más de que existen personas en lo alto del organigrama empresarial que valen mucho menos que sus empleados. Es así, aunque no haya derecho, aunque parezca injusto, por eso lo mejor que podemos hacer es empezar a cambiar nuestra manera de pensar y olvidar que los de arriba son mejores en general que los de abajo, en ocasiones, hasta puede que los de arriba sólo estén ahí, aparentemente al timón de un gran barco, gracias a los de abajo. Es la única explicación que se me ocurre después de conocer a directores comerciales que usan la grafología para contratar a sus trabajadores, que según dibujen un árbol serán más o menos aptos para trabajos que nada tienen que ver con la botánica ni el arte.
No teníamos que estudiar tanto, nosotros que hemos sido los buenos alumnos de un sistema educativo discordante con la realidad actual. Aun así, y a pesar de todo, a mí la promesa del conocimiento no me defrauda, aunque no se parezca a lo que yo tenía pensado, aunque la importancia que le daban en la escuela a los poemas de Machado, a escribir sin faltas, a saber leer en voz alta sin trabarse, a conocer los clásicos de la filosofía, sólo sirva para que, mientras algunos se corrompen con la cultura de, por ejemplo, el Toro de la Vega, otros tengamos el consuelo de estar inmunizados. No hacía falta estudiar tanto, pero qué bien sienta.
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