Da igual que hayan sido 600 mil, como 1,4 millones como si fueron dos millones. Lo importante no es la cifra de personas que acudió ayer a la avenida Meridiana de Barcelona, que sin duda fueron más de las 500 mil que dijo la delegación del Gobierno; ni demasiado importante que la convocatoria de ayer fuera electoralista o no. Si lo más destacable de la reacción de los políticos españoles es determinar que Artur Mas ha convertido la Diada en un acto electoralista es que seguimos, después de tantos años, sin entender nada. El músculo exhibido ayer, otra vez, por el proceso soberanista va más allá de las cifras y de la demagogia política.
Y hoy, el “día después”, por cuarto año consecutivo volvemos a preguntarnos “¿y ahora qué?”. La diferencia, este año, es que dentro de dos semanas hay unas elecciones que situarán el proceso en un nuevo estadio que puede ser determinante en un sentido o en otro. Los análisis, después de la jornada de ayer son múltiples y variados. En un primer momento se puede pensar que la campaña electoral desembocará en unas elecciones en las que, en esencia, se decidirá el futuro del proceso en el sentido de que puede llegar a su fin si se produce la derrota de los partidos independentistas; se negocia un referéndum si ganan o se proclama la independencia después de los plazos marcados. Pese a la simpleza de cada una de las alternativas, los escenarios son sumamente complejos. Todo parece indicar que el margen entre unos y otros será tan estrecho que puede entrarse en un callejón sin salida. Es decir, que una eventual derrota del independentismo, lógicamente, no acabará con el proceso y una victoria, como vaticinaban las encuestas esta misma semana, podría tener la mácula, debido de la misma forma al estrecho margen, de la falta de legitimidad de cualquier acción encaminada a una ruptura.
En todo caso, será realmente complicado que se produzca una negociación que acabe con la convocatoria de un referéndum, puesto que si desde España el límite de la negociación está en la legalidad, un referéndum no es escenario posible. Sólo queda, entonces, la declaración unilateral de la independencia, la ruptura sin más. En ese caso, el Gobierno español, por supuesto, no va a quedarse con los brazos cruzados. Por tanto, Catalunya tiene un problema, España tiene un problema y, por supuesto, Europa tiene un problema. Llevamos demasiados años mirando los árboles sin querer ver lo que hay detrás.