Europa tiene un problema muy serio y tiene que solucionarlo, pero como siempre, la reacción de los estados es paquidérmica. Decíamos ayer que las ciudades que se están ofreciendo para acoger refugiados, entre ellas Terrassa, cuyo equipo de Gobierno hizo suya la propuesta de los partidos de la oposición, están dando a los dirigentes de los estados miembros una lección de dignidad, al margen del resultado final de la iniciativa.
Europa se enfrenta a un reto de dimensiones todavía insospechadas en torno a la crisis humanitaria que está llevando a miles de personas de oriente medio y de África a buscar refugio entre sus países miembros. El flujo migratorio en torno a Gibraltar que durante los últimos años lleva a España a pedir a sus aliados europeos que no se olvidasen de su frontera sur, se ha quedado en una mera anécdota en comparación con la situación actual.
Existen en este momento tres pasillos migratorios inexorables: el de Libia hacia las costas italianas; el de Turquía a las islas griegas para llegar después al continente y el de la ruta de los Balcanes. En cada uno de ellos podemos ver a través de las imágenes que nos trasladan los medios de comunicación el drama de dimensiones extraordinarias que significa la huida de esas miles de personas de las zonas de conflicto en busca de protección.
El motivo de la falta de reflejos de Europa no puede ser porque occidente no tiene capacidad de reacción; el motivo no puede ser porque no se tienen recursos; el motivo no puede ser porque no se tienen ideas o porque no se ha tomado conciencia del problema; el motivo es porque todavía queda mucha Europa que construir y ese es otro problema.
Es ridículo pensar que la solución, o la única solución, sea el reparto de refugiados con cupos cerrados, cuando la marea es imparable; es inútil pensar que una política restrictiva evitará un efecto llamada; es absurdo creer que unas alambradas en las fronteras o impedimentos para emprender viaje en tren va a parar la llegada de familias enteras en busca de un lugar en el que vivir o sobrevivir. Se trata de personas que han dejado atrás su vida, que han logrado huir de una guerra, que han recorrido miles de kilómetros, como el joven afgano que llegó hace pocos días a los Balcanes empujando la silla de ruedas de su abuela, o que han sido capaces de desafiar al destino sobre una débil embarcación neumática. Los tres niños cuyos cadáveres fueron encontrados ayer en una playa turca no lo consiguieron.