Opinió

Otoño caliente

Si bien es cierto que en los últimos años, por la iniciación del curso político en medio de la crisis, los otoños lo han sido; el que se avecina promete serlo más, porque todos esperamos un desenlace que acabe con las dudas y el temor a la desestabilización, que ya es un hecho tras las pasadas elecciones autonómicas y municipales de mayo, y la promesa de Mas de convertir las autonómicas de Catalu-nya del 27-S en plebiscitarias.

Respecto a las intenciones separatistas, única motivación y ejercicio de gobierno de Mas en esta legislatura, la cosa no pinta nada bien para sus organizadores que, si se atreven a hacer una declaración de independencia, en el supuesto de ganar las elecciones, serían neutralizados por la imposición automática del artículo 155 de la Constitución que anularía la autonomía. Este supuesto está cada día más cuestionado por el vuelco que están dando las encuestas, además de lo disparatado del proyecto, por una lógica reacción de los partidos constitucionalistas que se van rearmando, y por una esperada reacción de esa mayoría silenciosa. (El 40% del electorado, que se abstiene sistemáticamente en todas las elecciones autonómicas catalanas desde 1978. Hay que decir que, en las generales, ese porcentaje de abstencionistas baja por sistema desde 1978 hasta el 26%… Resulta pues que ese 14% de abstencionistas en las catalanas, y que suman la cifra de 750.000 votantes, son los que tienen en su mano la posibilidad de cerrar la puerta a los independentistas.) Ante esta irresponsabilidad que ejerce de forma ignorante la población abstencionista, desconocedora de la mecánica democrática, según la cual, los que no votan no existen… Cabe preguntarse si sería limpia y democrática una votación ganada por la mitad más uno de los participantes; cuando para aprobar las leyes, llamadas orgánicas, se precisa una mayoría mínima de 3/5 partes (es decir, el 60%). Aparte de estas consideraciones que serían razonables en un sistema que permitiera la secesión, la legalidad de nuestra Constitución, que establece "la unidad indisoluble de la nación española", lo hace imposible. Pero, además, el disparate o traca final está en la lista única; establecida la cual ¿cómo habrán de repartirse los diputados independientes entre CDC, ERC y la CUP? El resultado, por el reparto de escaños, va a ser muy conflictivo para ellos en cualquier caso, porque de antemano no creo que se hayan repartido los porcentajes atribuibles a cada partido; contando que los dueños de los escaños son los parlamentarios elegidos, y no los partidos: ¿se van a ir a CDC o a ERC o a otros los miembros de Òmnium y los de la ADC? Y aparte queda el problema de los programas electorales; ¿cuál aplicarán, el que tenía CiU o el de ERC o el revolucionario de las CUP? El oscurantismo y la indefinición aquí son totales. Creo que a Mas le va a pasar lo que en la II República le pasó a Francesc Cambó que, siendo el líder indiscutible de Catalunya, después de haber renunciado a presidir el gobierno que le propuso Alfonso XIII en 1931, fue derribado y superado por la extrema izquierda republicano-anarquista.

Pero fuera de Catalunya la intranquilidad no es menor. La amenaza de la alianza segura de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias, y los comunistas de Garzón si hicieran falta, es algo que se producirá, como así ha sido en las autonómicas y ayuntamientos, y como se produjo en 1936 con el llamado Frente Popular; incluso con fuerzas donde Podemos está en la sombra (véanse las alcaldías de Madrid y Barcelona). Y se aprestan a justificar sus pactos diciendo que "no habrá nunca más mayoría absoluta" (eso quisieran ellos, como CiU en su día con Aznar). Por eso los españoles, que sabemos que los milagros económicos no existen, no vamos a creer que la izquierda, que no ha creado un puesto de trabajo en 22 años de gobierno, vaya a crearlos ahora y nos resignaremos con la congelación salarial. Yo pienso que hay que mantener lo malo conocido, antes de precipitarnos al vacío de Grecia o Venezuela.

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