Yo admiro profundamente y sobre todo quiero mucho a una colega que se llama Rosa Montero. Rosa tiene la costumbre de empezar las columnas contando su estado de ánimo en relación con el asunto sobre el que escribe tal que así: "Hartita estoy…". Como soy algo más brusco que Rosa porque soy chico y porque cada uno tiene su estilo, suelo tender más bien a decir algo como "estoy hasta los mismísimos" de lo que sea.
Pues bien, en este estado me encuentro cuando me asalta cualquier información o comentario sobre China. No sólo los mejores enviados especiales, sino los más reputados editorialistas escriben siempre sobre China: el gigante asiático. Y ya lo he advertido varias veces, no lo voy a decir más: a todo aquel periodista que quiera escribir el gigante asiático, se le ha acabado la vez. Tiene dos días para escribir eso todas las veces que pueda, y que le deje su director. Ya no hay más. De esa amenaza no está libre ni el director de la publicación. Ni siquiera el de ésta.
Las consecuencias, vista la severidad del tono, serán todo lo graves que cabe imaginar mirando la ley mordaza. A partir de ahora cualquier persona que escriba una magnitud cuando hable de China la tendrá que justificar y además usando detalles de otras magnitudes que nos permitan comparar de verdad. Por ejemplo, una cosecha de vino será de un tamaño como tres campos de fútbol, una urbanización consumirá tanto cable de alta tensión como para envolver Siberia. Y un locutor de doblaje tendrá que hablar tanto como un albañil al explicar su admiración por una joven murciana. Todo será más humano y las relaciones con nuestro entorno, más fáciles de explicar.
Fragmento del artículo de Jorge M. Reverte publicado en El País